Por: Roberto Shoji Luna Nakachi, Director General del Instituto Mexicano Educativo de Seguros y Fianzas, A. C.
Esta tercera entrega de los riesgos globales, se abordarán los relacionados con el medio ambiente y la ecología, estas áreas de estudio han cobrado gran relevancia en las últimas décadas debido a las afectaciones causadas por la actividad humana pero también por fenómenos naturales.
Los riesgos ambientales y ecológicos han adquirido una relevancia sin precedentes. El Foro Económico Mundial (FEM), a través de su informe anual Global Risks Report, ha subrayado de manera constante la creciente gravedad de los fenómenos climáticos extremos, la degradación de los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad como amenazas de primer orden. Estos riesgos no solo tienen implicaciones ambientales directas, sino que generan efectos económicos, sociales y políticos de gran magnitud, configurando un escenario de vulnerabilidad sistémica para las sociedades modernas. Dentro de este panorama, la industria aseguradora se ubica en una posición estratégica, ya que funge como amortiguador financiero ante contingencias, pero también enfrenta una transformación estructural derivada de la magnitud y frecuencia de los desastres naturales y de las crisis ecológicas globales.
En esta edición se busca explorar la interrelación entre los riesgos ambientales considerados por el FEM y su impacto en el sector asegurador. Para ello, se desarrollará una reflexión que incluye, en primer lugar, una revisión de los principales riesgos ecológicos identificados en la última década; en segundo lugar, una discusión sobre la forma en que estos riesgos se traducen en presiones financieras y de gestión para las aseguradoras; en tercer lugar, un análisis de la respuesta del sector a través de la innovación en productos, servicios y políticas de inversión; y finalmente, una reflexión sobre el papel estratégico de los seguros en la transición hacia sociedades más resilientes y sostenibles.
El FEM ha reconocido que los riesgos ambientales han escalado de manera progresiva en el ranking de amenazas globales, tanto por su probabilidad de ocurrencia como por su impacto potencial. Año tras año, vemos cómo se ubican entre las primeras 10 posiciones frente a los otros riesgos globales. Destacan cinco dimensiones críticas: el cambio climático, los fenómenos meteorológicos extremos, la pérdida de biodiversidad, la contaminación y la gestión insostenible de recursos naturales.
El cambio climático es considerado un riesgo transversal, pues afecta de manera directa e indirecta a múltiples sectores de la economía. El aumento de la temperatura global, producto de la acumulación de gases de efecto invernadero, está intensificando fenómenos como olas de calor, sequías prolongadas, lluvias torrenciales y huracanes más destructivos. Estos eventos tienen un impacto directo en infraestructuras, en la producción agrícola y en la disponibilidad de agua, generando pérdidas económicas multimillonarias cada año.
Los fenómenos meteorológicos extremos, por su parte, se han incrementado en frecuencia y severidad. El FEM ha señalado que el costo económico de desastres causados por fenómenos naturales relacionados con el clima supera, en algunos casos, la capacidad de respuesta de los Estados y de los mercados aseguradores. Inundaciones en Europa, incendios forestales en Australia y California, huracanes en el Caribe y tormentas en Asia constituyen ejemplos recurrentes que ilustran la magnitud del desafío.
Otro riesgo señalado es la pérdida de biodiversidad y el colapso de ecosistemas. Más allá de su valor intrínseco, la biodiversidad provee servicios ecosistémicos esenciales para la vida humana: polinización, regulación del clima, provisión de agua limpia y suelos fértiles. De acuerdo al Programa de las Naciones Unidas (PNUD) cerca del 50% de la actividad económica está relacionada estrechamente con la diversidad biológica. La degradación de estos servicios implica un riesgo silencioso pero profundo, que afecta la producción de alimentos, la estabilidad de cadenas de suministro y la salud pública.
La contaminación del aire, del agua y de los suelos constituye igualmente un factor de riesgo, ya que compromete la salud de millones de personas y genera costos asociados al tratamiento de enfermedades, pérdida de productividad y deterioro de entornos urbanos. Finalmente, la gestión insostenible de recursos naturales, como la sobreexplotación del agua o la deforestación, compromete la seguridad futura de comunidades enteras y amplifica la exposición a desastres causados por fenómenos naturales.
Estos riesgos no operan de manera aislada, sino que se retroalimentan entre sí. El cambio climático, por ejemplo, acelera la pérdida de biodiversidad y exacerba la escasez de agua. Esta interconexión genera un efecto cascada, en el que una crisis ambiental puede desencadenar conflictos sociales, crisis económicas o incluso tensiones geopolíticas.
La industria aseguradora, cuya función central es la transferencia y gestión de riesgos, se enfrenta a un escenario sin precedentes. Tradicionalmente, las aseguradoras calculaban las primas y reservas a partir de modelos basados en la probabilidad histórica de ocurrencia de eventos adversos. Sin embargo, el cambio climático y los riesgos ambientales han introducido un elemento de incertidumbre radical, ya que las tendencias históricas dejan de ser una referencia confiable en un mundo en transformación acelerada. Los cálculos tradicionales corresponden a la realidad de los siglos pasados, hoy los cambios son más rápidos y la interconectividad de los humanos requiere un enfoque innovador, flexible y adaptable a los cambios constantes.
Uno de los impactos más visibles es el aumento en las reclamaciones por desastres naturales. Cada vez más eventos climáticos extremos generan daños masivos en infraestructuras, viviendas, cultivos y negocios. Ello se traduce en un incremento en los pagos de indemnizaciones y, en muchos casos, en la reducción de la rentabilidad de las compañías aseguradoras.
Este fenómeno ha llevado a que, en algunas regiones particularmente expuestas como las zonas costeras de Florida o el Caribe, o áreas propensas a incendios forestales en California, las aseguradoras decidan retirarse del mercado o elevar de manera significativa las primas, dejando a comunidades enteras en situación de vulnerabilidad financiera. Este proceso evidencia un círculo vicioso: a mayor exposición al riesgo, mayores costos de aseguramiento, lo que conduce a que muchos individuos y empresas prescindan de seguros, aumentando así su fragilidad frente a desastres.
Otro aspecto crítico es el riesgo sistémico financiero. La acumulación de pérdidas por desastres ambientales puede poner en riesgo la solvencia de aseguradoras y reaseguradoras. Esto es particularmente preocupante porque el sector asegurador constituye una pieza clave del sistema financiero global, tanto por su papel en la gestión de riesgos como por sus inmensas inversiones en mercados de capital. Una crisis en el sector asegurador podría tener efectos en cadena similares a los observados en crisis financieras anteriores.
Además, los riesgos ambientales plantean desafíos reputacionales y regulatorios. La sociedad y los gobiernos demandan cada vez más que las aseguradoras adopten criterios de sostenibilidad, tanto en sus operaciones como en sus políticas de inversión. De este modo, se espera que las aseguradoras no solo cubran los daños generados por fenómenos ambientales, sino que contribuyan a prevenirlos mediante el fomento de prácticas responsables en clientes y en las empresas en las que invierten.
Ante este panorama, la industria aseguradora ha desarrollado diversas estrategias de adaptación e innovación. Una de las principales es la creación de nuevos productos de seguros climáticos, diseñados para atender riesgos específicos como sequías, inundaciones o variaciones extremas de temperatura. Estos productos incluyen seguros paramétricos, que no indemnizan en función del daño real sufrido, sino del cumplimiento de ciertos indicadores previamente definidos, como el nivel de precipitaciones o la velocidad del viento. Esta modalidad reduce la incertidumbre en el cálculo de indemnizaciones y agiliza los pagos, favoreciendo la resiliencia de comunidades vulnerables. Un ejemplo lo tenemos con el seguro paramétrico que protege a los arrecifes frente a la costa de Quintana Roo. Al asegurar a los arrecifes se cuida su salud para que éstos a su vez se mantengan como una barrera frente a los vientos y las corrientes marinas que pueden afectar a la costa tras un huracán, lugar donde se encuentra el sector turístico y motor económico de dicho estado.
Asimismo, las aseguradoras han intensificado el uso de modelos predictivos avanzados, que incorporan datos climáticos, imágenes satelitales, inteligencia artificial y análisis de big data para mejorar la precisión en la evaluación de riesgos. Estos modelos permiten anticipar escenarios futuros y ajustar las primas de manera más dinámica.
En paralelo, el sector asegurador ha asumido un papel activo en la promoción de la resiliencia. A través de incentivos en pólizas, las aseguradoras fomentan la construcción de infraestructuras resistentes a huracanes, el uso de tecnologías de eficiencia energética o la protección de ecosistemas naturales como manglares, que actúan como barreras frente a tormentas. De este modo, los seguros no solo transfieren riesgos, sino que también incentivan conductas que reducen la exposición y la vulnerabilidad.
Un aspecto fundamental es la integración de criterios ASG (ambientales, sociales y de gobernanza) en las políticas de inversión de las aseguradoras. Dado que estas empresas administran billones de dólares en activos, sus decisiones de inversión tienen un impacto significativo en la economía global. Invertir en proyectos sostenibles y desinvertir en actividades altamente contaminantes contribuye a reorientar los flujos de capital hacia una economía baja en carbono.
Por último, el sector asegurador participa activamente en foros internacionales y alianzas público-privadas para promover la adaptación al cambio climático. A través de iniciativas como la Net-Zero Insurance Alliance, las compañías se comprometen a reducir la huella de carbono de sus carteras de inversión y a apoyar la transición energética.
Más allá de su función técnica de gestión de riesgos, la industria aseguradora se perfila como un agente de cambio estructural frente a los desafíos ambientales globales. En este sentido, su rol se articula en tres dimensiones: financiera, preventiva y política. En el plano financiero, los seguros garantizan la estabilidad de hogares, empresas y gobiernos frente a desastres, permitiendo la reconstrucción y la continuidad de actividades productivas. Sin embargo, también son un actor decisivo en la reorientación de flujos de inversión hacia sectores más sostenibles. En el plano preventivo, las aseguradoras pueden impulsar cambios de comportamiento al premiar con menores primas a quienes adoptan medidas de mitigación o adaptación. De esta manera, se convierten en aliadas de la política pública ambiental, reforzando las regulaciones y multiplicando sus efectos. En el plano político, el sector asegurador participa en la construcción de una narrativa global sobre la urgencia de enfrentar los riesgos ambientales. Su voz, respaldada por datos sobre pérdidas económicas y proyecciones de riesgo, tiene peso en la agenda internacional y puede contribuir a acelerar acuerdos multilaterales en materia de cambio climático y protección ambiental.
Conclusiones
Los riesgos ambientales y ecológicos identificados por el Foro Económico Mundial (FEM) constituyen una de las mayores amenazas de nuestro tiempo. Su naturaleza interconectada y de largo plazo exige respuestas sistémicas y coordinadas, en las que el sector asegurador ocupa un lugar central.
Lejos de ser un mero espectador pasivo, la industria aseguradora se encuentra en la encrucijada de un desafío histórico: gestionar un aumento sin precedentes de riesgos ambientales y, al mismo tiempo, aprovechar su posición estratégica para promover una transición hacia sociedades más resilientes y sostenibles.
La magnitud del reto demanda que las aseguradoras evolucionen en su lógica de operación, integrando modelos predictivos, fomentando la resiliencia comunitaria y asumiendo un compromiso claro con la sostenibilidad en sus carteras de inversión. Asimismo, exige un diálogo más profundo con los Estados y con la sociedad civil para construir esquemas de protección inclusivos que no dejen a las poblaciones vulnerables sin acceso a seguros.
En última instancia, la convergencia entre los riesgos ambientales señalados por el FEM y la dinámica del sector asegurador nos recuerda que el futuro no será únicamente el resultado de fenómenos naturales incontrolables, sino también de las decisiones humanas en materia de gobernanza, economía y sostenibilidad. En este sentido, los seguros tienen la oportunidad de trascender su papel tradicional y convertirse en catalizadores de un nuevo contrato social con la naturaleza, donde la protección financiera se integre con la protección ecológica como pilares de la supervivencia colectiva.
En especial, los agentes e intermediarios de seguros son actores fundamentales en el ecosistema de la gestión de los riesgos ambientales y ecológicos ya que son los profesionales calificados que traducen la necesidad de protección entre las aseguradoras y el cliente final. Su participación en foros donde se discuten los aspectos políticos, financieros y ambientales debe ser garantizada a través de interlocutores válidos como las asociaciones profesionales e instituciones académicas. En la parte II de este artículo, se abordarán las iniciativas mundiales que permiten esta interlocución, así como la descripción de casos de éxito.