Empatía para la disrupción

El placer de disentir
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Por: Oscar González Legorreta

Creo que todos los que amamos y a quienes nos apasiona la innovación, mejorar los procesos, los resultados, transformar industrias, etcétera -creo que ya ilustré el punto-, nos hemos enfrentado a detractores.

Sí, querido lector, me refiero a aquella persona o grupo de ellas que se opone al cambio. 

Ya es de todos conocido que a las personas nos gusta el resultado (el cambio) pero no nos gusta cambiar (el proceso;); sin embargo, en esta ocasión no me refiero a ello, sino a aquellos que, de manera activa, podríamos calificar, casi despectivamente, como los “amantes del status quo”.

Tales personas esgrimen toda suerte de resistencia, sana o insana, que incluso rayan en conceptos hasta dudosamente éticos; son militantes de la realidad contemporánea, que la defienden a ultranza. ¡Oh, qué difícil es lidiar con ellos!

La tentación nos seduce, como en aquella serie de televisión, Billions®, que ilustra fielmente los momentos de enfrentamiento. En la fantasía televisiva el conflicto puede distorsionar nuestra propia moral. Lo ejemplifica a la perfección cuando el Fiscal de Nueva York llega a la traición de sus propios valores, bajo la justificación de combatir al millonario inversionista, poco escrupuloso. Hasta difícil de encontrar cómo escribirlo, porque evidencia la obviedad de la ironía: nos convertimos en aquello que combatimos.

Voy hasta ese extremo porque en esta ocasión me ocupa hablar de nuestra carencia de empatía; origen del combate.

¿Es del todo criticable que alguien defienda su sustento? ¿Aquello que le ha dado progreso y evolución y que, de algún modo, le ha beneficiado a él y eventualmente a su familia y/o a sus seres queridos y hasta a la empresa o sector que le brindó oportunidades? ¿Es ilícito defender lo alcanzado? ¿Qué haríamos nosotros, si transcurrido el tiempo, en un futuro distópico, viéremos en riesgo todo aquello por lo que luchamos como innovadores o disruptores en el presente?

Hay un hermoso diálogo en una de las películas de la trilogía de Batman® dirigida por el gran Christopher Nolan, donde se puede escuchar: “O mueres como un héroe o vives lo suficiente para verte convertido en el villano”. Y es que pareciera humano que al defender demasiado tiempo algo contra aquellos quienes lo atacan, comenzamos a parecernos a los que agreden lo que defendemos.

Los ejemplos abundan en la cinematografía y la literatura. Otro célebre diálogo ocurre en Los Intocables. Es Sean Connery hablando de cómo capturar a Al Capone, quien pronuncia la célebre frase: “Te manda uno de los tuyos al hospital, tú le mandas uno de los suyos a la morgue”. Ni siquiera es la Ley del Talión. El planteamiento es superar al rival.

Presuponer que ese es el único camino al éxito, me parece, al menos, cuestionable.

Pienso que hay una vía alterna. Comprometernos a compartir la preocupación del que nos escucha. Dialogar con él y explorar los beneficios del cambio, los beneficios, incluso, para él mismo. En otras palabras, empatizar.

Recuerdo haber leído un extraordinario libro del autor de “Kane & Abel”. El escritor inglés Jeffrey Archer. En otra de sus obras él sostiene que, en un electorado con dos opciones polares, suelen existir tres grupos, de similar tamaño. Los que favorecen a un candidato y no van a cambiar. Los que favorecen al oponente y tampoco modificarán su opinión y un tercer grupo: los indecisos. Es ese grupo sobre el que debe trabajarse. Dedicar tiempo a los dos extremos parece ocioso. Debemos concentrarnos en atraer a los que aún no se definen. Yo extrapolo. Cuando se lidera en el camino de la innovación y la disrupción, nos encontraremos en una posición solitaria, como ocurre con casi cualquier puesto de liderazgo, pero eso no quiere decir que se ejerza en soledad.

Nuestra vocación nos debe llevar a la búsqueda de adeptos, a través de quienes nos favorecen, logrando que se multipliquen…y a través de los indecisos, a quienes deberíamos convertir en fans, pero con una nueva máxima:

“¿No destruyo a mis enemigos cuando los convierto en mis amigos?”. Y esto aplica para todos, incluso y, especialmente, para nuestros oponentes más acérrimos.

Al menos es así como lo describe Robert Greene, uno de los autores más celebrados de nuestros tiempos.

Querido lector, en esta ocasión, que he citado a tantas mentes maestras, del pasado y de la actualidad, quisiera reforzar un pensamiento central, antes de concluir con otra frase histórica. La comprensión, la escucha activa, el diálogo y la ya citada empatía son mejores armas en esta guerra. Ya lo declaraba Sun Tzu, un antiguo general y filósofo chino, en su obra El arte de la guerra: “La mejor victoria es vencer sin combatir”.

Siempre habrá vencedores y vencidos. Que estos últimos sean los menos. Más feliz sería tener sólo vencedores y convencidos.

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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