Son viejas ya las afirmaciones que dicen que, “si uno se enferma, la empresa enferma”; o que, “si uno muere, la empresa muere”. En semejantes casos, lo que uno tiene en las manos es todo menos una empresa que pueda ser vendida, heredada o transmitida en sucesión a otras personas para que la dirijan.
De ese modo, no es raro tampoco encontrarse con quien, creyendo que ha estructurado una empresa hecha y derecha, al pretender venderla o asociarse advierta que no es vendible o su valor está muy por debajo de lo que había imaginado, pues la empresa es, al final de cuentas, él.
No sorprende, por lo apuntado, que la mortandad de empresas en este país sea tan elevada y que se cuenten con los dedos de una mano las que sobreviven después de 10 años de haber sido fundadas, lo que supone una infinidad de sueños rotos y una cantidad enorme de empleos perdidos.
Resulta común conocer a propietarios de compañías que claman desesperados que alguien llegue a sucederlos en la posición directiva que ocupan. Más que un deseo ordenado de entrar en una etapa de sucesión, parecieran querer abdicar de su puesto y dejar de sufrirlo.
Se trata, por lo que podemos examinar, de iniciativas empresariales que terminaron por no cuajar, cuyos dueños muchas veces toman la decisión de dejar el negocio prácticamente para que otros lleguen a darle el tiro de gracia y lo sepulten. El sueño emprendedor termina por caer, avasallado por el peso de aquel que solo creó su propio empleo imaginando que fundaba una empresa.
El panorama descrito parece afectar, sobre todo, a la empresa que alguien funda y desarrolla, incluso con determinado éxito, pero que no logró crear un concepto vendible, traspasable, heredable, y que con el paso del tiempo se le complicó a dicho creador y se le volvió una verdadera “papa caliente”.
No es que esa empresa no tenga salvación, pero se requiere ayuda profesional “para ponerla bonita”, y por bonita no hay que entender aquí que ha de pasar por un proceso de superficial maquillaje, sino por uno que le dé forma a profundidad, le imprima orden y le construya un perfil empresarial serio.
En este contexto, lector amigo, cabría plantearse una pregunta que debería ser contestada no por el ser emotivo que ve a su concepto como a un hijo, sino por uno más sensato, provisto de la mayor objetividad posible: “¿Es mi empresa un proyecto capaz de trascender con vida propia y de manera autónoma, o se enfermará si yo me enfermo y morirá conmigo si yo muero?”.
Éste es, sin duda, todo un tema, porque no es fácil aceptar respuestas que no concuerden con lo que uno quisiera escuchar. Con todo, ha de advertirse que esto apenas es el resultado de ver una sola arista del problema, el lado que tiene que ver con la viabilidad general o viabilidad del negocio hacia el futuro.
Diríase, en principio, que estamos apuntando hacia el lado técnico; hacia el que puede ser tratado con expertos de diversa índole, como abogados, fiscalistas y toda una gama de especialistas capaces de ayudar a enderezar el barco…, aunque no sorprende que muchas veces solo lleguen para hundirlo.
Sobre todo en las empresas familiares, o sin estructura profesional, no faltan los vivales que solo se acercan a beber las últimas gotas del sudor de sus creadores, llevándose los escasos recursos que en ocasiones quedan y hasta provocando líos fiscales o laborales, por ejemplo.
En algunos segmentos de seguros y fianzas, las cosas no son distintas. No son pocos los que consideran que han creado una empresa pero que ante una pregunta como la que sugerimos podrían encontrarse con algo poco optimista como respuesta. Otros, claro, han trascendido y son casi unos colosos.
Pero, como señalamos antes, por ahora se trata solo de un lado de la ecuación, el lado en el que la técnica, desde cualquier punto de vista, está presente. Hay otro ángulo, que es el que resulta, después de todo, más preocupante y, diríase con clara justificación, más doloroso: el lado humano.
Al tema, que trataremos en el número próximo, llegamos tras una conversación con un experto, en cuya tarjeta de presentación se halla una promesa: “Fomentamos la armonía familiar y aseguramos la continuidad de tu empresa a lo largo de las generaciones”.
Por lo pronto, hay que comenzar a pensar si eso por lo que decimos trabajar, a veces incansablemente, de verdad está en nuestro radar o son solamente palabras, retórica ésta que genera potenciales guerras que literalmente pueden llegar a dejar muertos y heridos en el camino: la armonía familiar.