¿Hacia dónde vamos?

genuario@elasegurador.com.mx
@GenuarioRojas
Vivir seguros
Por: Genuario Rojas

Por: Genuario Rojas

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Cuando alguien decide aprender a redactar, a poner en orden las ideas, entra en contacto con tres factores clave: la claridad, la precisión y la concisión.

No es algo banal considerarlos, sobre todo  si queremos exponer un mensaje que cumpla con la intención para la cual es creado.

Redactar implica sabernos un emisor que escribe para un receptor y que lo hace usando algún código y medio determinados, algo relevante por la variedad que de ellos existe.

¿Cómo se aplica ese trío de elementos (claridad, precisión, concisión) en la redacción de un propósito, bien sea éste de carácter personal o bien de carácter profesional o empresarial?

Ahora mismo podemos hacer un alto y revisar, si lo tenemos por escrito, qué tan claro luce nuestro propósito principal para nosotros.

Pululan redacciones, declaraciones, que son incluso eufónicas pero que carecen de un sentido claro e inspirador, quedándose sólo en piezas bonitas, sin profundidad, sin alcance.

Tal vez nos encontremos con textos referidos a una misión, a un propósito, e incluso a una meta, pero que son carentes de nitidez, de puntualización y de la necesaria brevedad.  

En este punto cabría plantearnos una primera pregunta:

¿Qué tan clara y qué tan significativa es para nosotros  la redacción de eso que queremos impulsar, que deseamos lograr?

Y, luego, otra más: ¿qué tan clara es esa expresión escrita  para poder exponerla a los demás, a esos que queremos que conozcan nuestras intenciones, las entiendan y nos favorezcan con sus decisiones?

Cuando presentamos a nuestros interlocutores propósitos, objetivos y metas, la claridad, la precisión y la concisión no están de más como factores críticos  si verdaderamente anhelamos conquistarlos, más allá de la orquestación de otros elementos externos que necesitamos para operar con éxito los planes que  hemos puesto por escrito para tales fines  (una orquestación que bien podría ser tema para otra entrega de Vivir Seguros).

Ir desde el punto A (donde estamos) hasta el punto B (adonde queremos ir)  requiere  analizar el punto de partida siempre que escapemos de la trampa de creer que el pasado es el referente fundamental para proyectar el futuro.

¿Qué tanta pasión o ilusión podría generar en nosotros hacer solo más de eso que ya sabemos hacer? Considero que esa pasión, esa ilusión, podría intensificarse  si se magnificara la dimensión de lo que buscamos, y no se busca solo un crecimiento relativo.

¿Podríamos pensar en propósitos, objetivos o metas que nos causen incluso algo de temor, de inseguridad, rompiendo la zona de confort en la que a lo mejor estamos asentados?

Tal vez sí podemos pensar en esa clase de aspiraciones;  y entonces ponerlo todo por escrito debe de ser motivador, inspirador, y para ello se requiere claridad, precisión y concisión.

No nos referimos a la forma en que se deberá manejar la planificación, la organización, la dirección, la coordinación y el control, como alguna vez se nos dijo en un curso de Dale Carnegie  respecto a funciones necesarias para conquistar lo deseado.

Tampoco nos referimos a lo que en el mismo curso se nos decía  respecto a las funciones directivas,  como la comunicación, la motivación, la delegación, la creatividad y la toma de decisiones, que por supuesto son relevantes.

No. En lo que queremos hacer hincapié es en la redacción clara, precisa y concisa  que, puesta en papel (o en pantalla, da igual),  no da lugar a dudas acerca de hacia dónde vamos. Nuestra intención es que la entiendan dueños, consejeros, directivos, empleados, proveedores, clientes y otros mercados objetivo.

¿Hacia dónde vamos? A lo largo de la historia se nos ha invitado a pensar en establecer un destino, el punto B hacia el cual partimos desde el punto A.

Entre lo históricamente reciente está lo sugerido por Napoleon Hill en su libro Piense y hágase rico y en otras obras suyas. Algo habrá de tener que no son pocos los que han estudiado la obra durante décadas, tanto para aplicarla como para enseñarla.

La sugerencia del personaje mencionado, líder indiscutible en el campo del desarrollo personal, profesional y empresarial, puede servirnos ahora para realizar un ejercicio de redacción claro, preciso y conciso.

Se trata de elaborar un escrito que sea claro, de modo que el lenguaje nos haga conocer, entender, comprender; que sea preciso para que no existan vaguedades que den lugar a interpretaciones erróneas; y que sea conciso para que, por su brevedad, podamos leerlo y memorizarlo, llevándolo con nosotros en una pequeña tarjeta y en la memoria.

¿Nos atrevemos a hacer el ejercicio? Entonces, comencemos:

1.    Determinemos con exactitud lo que queremos lograr. No caben las vaguedades. La precisión es fundamental.

2.    Determinemos lo que estamos dispuestos a dar a cambio de lo que deseemos lograr. No cabe esperar sin hacer lo que nos toca.

3.    Determinemos la fecha en la que, habiéndose cumplido tal plazo, ya habremos logrado lo que queremos. Fijar tiempos nos mueve a actuar.

4.    Delineemos el plan que nos conducirá hacia eso que deseamos alcanzar.

El punto número 5 consiste en poner por escrito, en redactar un texto claro, preciso y conciso usando las respuestas a los primeros cuatro puntos. El punto 6 estriba en leerlo, decirlo, por lo menos dos veces al día,  en la mañana y en la noche.

¿Parece simple? No lo es  la mayoría de las veces. Queremos tantas cosas que no enfocamos ninguna, nos dispersamos. No es que no debamos anhelar otras cosas, pero éstas vendrán si ponemos atención y  hacemos vibrar, vibrando con ella, nuestra meta reina.

Atrevámonos a aclarar hacia dónde vamos.

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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