Hoy no fío, mañana sí

Charlemos seguros

El asegurador

Impresa en un letrero grande o chico, sea de papel o cartón y casi siempre con algún dibujo alusivo, la frase “Hoy no fío, mañana sí” adorna la pared más cercana a la caja  de muchos establecimientos mercantiles al menudeo.

El mensaje de la conocida frase es claro: no fío porque no me pagan.

En México, y debe de ser igual en otras partes del mundo, si prestas dinero a un amigo, lo más probable es que pierdas el dinero… y al amigo.

La falta de confianza que prevalece en las transacciones modernas hizo necesaria la aparición de un instrumento, manejado por valientes, para garantizar al acreedor el cumplimiento de las obligaciones por parte del deudor. En virtud de este instrumento sólo para valientes, la  frase de “Hoy no fío, mañana sí” se transforma en: “Te fío y además confío en que cumplirás tus obligaciones, siempre y cuando un tercero, acostumbrado a estos quehaceres, me garantice que, si tú no cumples, él le va a entrar al toro en tu lugar”.

La fianza, manejada por instituciones especializadas, ha tomado lo mejor de dos mundos: por una parte, de  los bancos aprovechó el análisis que se puede lograr de la capacidad del deudor para cumplir con sus obligaciones. Una cosa es que yo   garantice al acreedor el cumplimiento de tu obligación cuando fallas en el pago, y otra muy distinta es que no sepa si vas a poder pagar. En el fondo, es un simple diferimiento de lo inevitable: si  hoy   no pagas, yo pago;  pero mañana  me vas a pagar lo que pagué por ti.

Por otra parte, del  seguro la fianza ha tomado el concepto de   suscripción para apreciar el riesgo   de una obligación no cumplida e imposible de recuperar en su totalidad una vez liquidada al deudor. Existen importantes diferencias, pues los “actos  de Dios”, como llaman nuestros vecinos anglosajones a las catástrofes naturales, no pueden ser garantizados, puesto que son ejercidos con omnipotencia y también con divina impunidad. Presentarse a las puertas del Paraíso para intentar recuperar las indemnizaciones pagadas a los afectados por un huracán o un terremoto será un ejercicio estéril; contemplar las blancas barbas de san  Pedro, sonriente detrás de su escritorio de caoba y protegido por las elevadas rejas cubiertas de neblina, no nos augura una cobranza exitosa, ni siquiera con la intervención del Espíritu Santo.

En el caso de la fianza, la institución especializada mide el riesgo, como puede hacerlo cualquier   suscriptor de Propiedad, Responsabilidad Civil o Gastos Médicos del patio de enfrente, o sea, el seguro. La afianzadora calcula la frecuencia y la magnitud de los daños potenciales que ocasionaría la realización del riesgo protegido y, como resultado de dicho cálculo, obtiene la prima que será necesario cobrar  para dar la cara por nosotros. El ciclo de la fianza se parece más a Incendio que a Transportes: pueden transcurrir largos periodos de bonanza, con baja siniestralidad, en los que es posible contemplar las vacas gordas pastando en la fértil pradera; pero basta un giro inesperado en la situación económica del país, o una gestión relajada dentro de la empresa, para ocasionar un deterioro en la rentabilidad de las afianzadoras.

Las cuotas que se aplican al monto de la obligación que potencialmente habrá de cubrirse al acreedor, beneficiario de la fianza contratada por el fiado, dependen del tipo de fianza de que se trate: de  Fidelidad, Judiciales, Administrativas o de Crédito. Es como los seguros: Incendio, con baja frecuencia pero  alta severidad; o Autos, que está en los extremos opuestos.

Existen seguros para los cuales la recuperación es un factor importante, que contribuye al resultado del ramo, como en Autos o Transportes. Durante muchos años, los ladrones robaban el tractocamión, desaparecían la carga y abandonaban el vehículo;  pero actualmente desaparecen todo, incluidos chofer y escolta. En Transportes, el uso del GPS y de los eficaces mecanismos de respuesta cuando el robo de la carga ocurre constituye un factor de relevancia  para la rentabilidad del ramo.

En el caso de la fianza, la recuperación de lo pagado al acreedor es fundamental para la buena marcha del negocio. Así, en cada funcionario de afianzadora debe vivir un banquero de traje negro de rayas, pelo engominado y maneras cuidadosas que   preste dinero sólo a quien no lo necesite y que exija una reciprocidad más que suficiente para respaldar el otorgamiento de la garantía: “Pago en tu lugar, deudor, pero después tú me pagas”.

El escenario luce promisorio: la  afianzadora cobra una prima y la respalda con el otorgamiento, por parte del deudor, de garantías suficientes para respaldar la fianza. La prima se destina en su mayor parte a solventar los gastos de operación de un proceso largo y no siempre sencillo, así como a cubrir reclamaciones con recuperación parcial; y, por supuesto, a otorgar a los accionistas una utilidad que justifique su audacia al haber incursionado  en una actividad de alto riesgo, como aquella de garantizar pagos de gente que apenas conocemos.

El número de afianzadoras es reducido;  y, a semejanza del seguro, la penetración de la fianza es casi simbólica; la Responsabilidad Suscrita es de apenas un 3.5 por ciento del PIB.

¿Qué sucede  entonces? ¿Son los afianzadores incapaces de atraer a un mercado que evidentemente existe?

La evidencia muestra lo contrario: las afianzadoras han pasado por ciclos de alta y baja rentabilidad, y varias de ellas han tenido que reducir su tamaño, se han vendido  o han desaparecido. Por actitud empresarial e intención de participar en la actividad no ha quedado.

Existen entonces  dos causas principales del subibaja   al que se aferran las afianzadoras.

La primera causa es la presencia de un factor “catastrófico”: ocurre  una crisis, de esas que en México hemos vivido de manera recurrente, y los impagos se precipitan en cascada por la pronunciada cuesta que descubrimos detrás de la neblina de los optimistas pronósticos gubernamentales; llegan la devaluación, la inflación y las dificultades de los deudores para cumplir con sus obligaciones; disminuye también, inevitablemente, la recuperación de reclamaciones, y con la suma de estos  factores la rentabilidad de las empresas que otorgan garantías se desploma.

El segundo factor es el ciclo de negocio, algo que aseguradores y por supuesto afianzadores conocen bien, caracterizado por el fenómeno de “corriente alterna”:    decidido impulso comercial cuando los resultados indican la conveniencia de crecer para aprovechar la rentabilidad del negocio; y cerrazón técnica cuando las consecuencias del alegre crecimiento reducen las utilidades y obligan a cancelar pólizas y reducir gastos a rajatabla. En el sector afianzador, las amarras de la prudencia se liberan cuando el recuerdo de la última crisis se   desvanece y cuando las voces que piden crecimiento para aprovechar los pingües beneficios del último año se multiplican.

Así, las afianzadoras enfrentan la posibilidad de ruina, ocasionada por déficit en reservas técnicas, faltante en cobertura de dichas reservas y en capital mínimo,   emisión de pólizas sin garantía suficiente, nivel de responsabilidades por arriba del límite que es recomendable contraer, desapego respecto a la técnica afianzadora y la normatividad y   realización de operaciones distintas de las que les fueron autorizadas.

La situación descrita no afecta a todas en el mismo momento, pero el desfile de funcionarios desatados del mástil y atentos al canto de las sirenas o a la visita de caballeros blancos se sucede inexorablemente cada cierto tiempo.

Los números cuentan la existencia de ejercicios con 2,000 millones de pesos por concepto  de reclamaciones pagadas a escala de mercado y primas que superan los 11,000 millones de pesos; pero también han existido años con una proporción reclamaciones/primas de alrededor de 90 por ciento.

En el convoy que lentamente se encamina a la cuesta inicial en la   montaña rusa de Chapultepec se agrupan aseguradores y afianzadores, confiados en su capacidad de cerrar los ojos, gritar un poco en las bajadas pronunciadas   y encomendarse al pensamiento mágico que oculta lo evidente, en espera de una inercia de beneficio que continúe haciendo su trabajo.

Antonio Contreras tiene más de 25 años de experiencia en el sector asegurador mexicano. Su correo es gar2001@hotmail.com

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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