La montaña Corvatsch y yo

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  • REFLEXIONES

Por: Carlos Molinar Berumen / carlos@molinar.com

Sin duda la vida te presenta justo lo que necesitas para crecer.

Por un sinfin de cosas, siento que soy una persona muy afortunada, entre otras porque he tenido la suerte de vacacionar frecuentemente en Suiza durante los últimos años, ya que los familiares de mi esposa son suizos, lo cual representa algunas facilidades.

Debido a ello, hemos tenido la fortuna de pasar algunas semanas en una zona privilegiada denominada La Engadina, en donde los pequeños y hermosos pueblos de Saint Moritz, Champfer, Silvaplana, Surlej, Celerina y Sils Marie, entre otros, se encuentran alrededor de los lagos de ese valle, flanqueados por los Alpes, lo que lo convierte en un paisaje espectacular.

Aquí las montañas más conocidas como centros de esquí son Corviglia, Diavolezza y Corvatsch, de las cuales esta última es la más retadora, siendo además el lugar de nuestra predilección para esquiar, y al que vamos todos los días, porque mis hijos desde muy pequeños van a la escuela de esquí por las mañanas.

Dicho esto, vale aclarar que el único en la familia que no es experto en este deporte soy yo, ya que la primera vez que me puse los esquíes fue hasta los 24 años, por unas cuantas ocasiones, y realmente empecé a aficionarme casi a los 47 años.

Esquiar es una experiencia fabulosa a la cual me he acostumbrado, y para alguien no experto como yo siempre está presente el reto de vencer el temor y disfrutar la adrenalina que ello conlleva. Sobre todo cuando se tiene una rodilla severamente dañada desde los 27 años a causa del futbol y ambos hombros lastimados por las típicas caídas en mi nuevo deporte.

Con el cambio climático en los deportes de temporada como el esquí, no hay garantía. En los últimos años nos ha tocado llegar a centros de esquí que no tienen la suficiente nieve para esquiar, por lo que uno confía siempre en que las condiciones del tiempo sean buenas para poder practicarlo.

Los habitantes de lugares como Suiza, acostumbrados a luchar con las inclemencias del tiempo, se ha logrado tener una reserva de agua suficiente en las Montana’s, para hacer nieve artificial con cañones de nieve, siempre que la temperatura esté bajo cero grados. Nos ha tocado ver las montañas secas con únicamente las pistas creadas de manera artificial.

El sueño de toda temporada es que caigan fuertes nevadas las semanas anteriores a la vacación y contar con días soleados que permitan pistas amables retocadas por las máquinas que aplanan la nieve, para disfrutar a tope.

Hay dos cosas que dificultan la práctica del esquí a los “no expertos”: La falta de visibilidad, ya sea porque haya niebla o esté nevando, y que haya demasiada nieve, porque se hace pesado el esquiar, ya que exige mucho más técnica para bajar.

Este año nos tocó excepcionalmente mucha nieve. Tuvimos buenas condiciones climáticas los primeros días, pero los siguientes se complicaron porque hubo cada vez más nieve y algunos días bastante viento.

Hace dos o tres años me tocó una leve tormenta arriba, en la montaña, de esas que duran 10 minutos y se pasan; y, por más cuidado que puse al bajar, sufrí un par de caídas, cuyo precio sigo pagando con mis hombros a la fecha.

Este año en los dos últimos días sufrí dos caídas más, la segunda más dolorosa que la primera, pero por fortuna no lo suficientemente fuerte para abandonar la práctica por esta vacación.

Sobra mencionar que, cuando uno no es experto, cada caída merma la seguridad en uno mismo de manera importante, por lo que yo sabía que hoy tendría la tarea de sobreponerme al temor a otra caída y recuperar la confianza perdida.

La experiencia de hoy fue muy especial. No imaginaba lo que sucedería. Nos levantamos temprano para dejar como de costumbre a los niños en la escuela de esquí, y subimos en la góndola que lleva hasta la mitad de la montaña.

La primera advertencia fue que encontramos a uno de los maestros de esquí que venía bajando en la góndola con una alumna y nos comentó que no bajaron esquiando porque había poca visibilidad y bastante viento.

Como el tiempo en la montaña cambia en minutos, no nos preocupamos, y nuestro plan al subir fue que Tanya (como experta que es) hiciera una bajada para medir la visibilidad y el grado de dificultad, mientras yo me tomaría un café con calma, y seguramente el día abriría lo suficiente para que yo bajara la montaña disfrutando del descenso.

Al llegar a la mitad de la montaña nos llegó la segunda advertencia, ya que se encontraba cerrada la góndola que sube hasta la cima, aunque tampoco le dimos mucha importancia al hecho, ya que eso sucede a menudo, sobre todo temprano por la mañana.

Tanya bajó la mitad de la montaña, y yo en el albergue me dispuse con toda calma a verificar mis mensajes en el celular, saboreando un buen café.

De vez en cuando miraba por la ventana para ver si el día se iba despejando, pero sólo observaba que más gente venía al albergue porque había más bruma, más viento y más nieve. Algunas personas se metían en el refugio o regresaban en la góndola, lo cual no es muy usual; otras bajaban esquiando como si nada.

Después de un rato, en el que calculé que ya no tardaba en aparecer Tanya en el café, noté movimiento en los dependientes del restaurante y le pregunté a un argentino que conozco bien que qué pasaba. Y su respuesta me intranquilizó: “Nos vamos a la 1:00: hay tormenta y va a cerrar la montaña”.

En eso entró la llamada de Tanya indicando que me había enviado dos mensajes de texto los cuales no había visto y en los que me confirmaba que cerrarían la montaña, por lo que no la habían dejado pasar y no podría subir por mí, ya que la góndola estaba fuera de servicio, porque los vientos eran superiores a 90 km/h y me tendría que bajar solo, solicitándome que lo hiciera lo más pronto posible porque el tiempo no iba a mejorar, sino que se pondría cada vez peor.

Su recomendación fue muy clara: “Apresúrate a salir, pero baja muy despacio, baja con cuidado y no te salgas de la pista. Siempre toma del centro hacia la izquierda (ya que el día anterior había equivocado una bifurcación y había tomado una pista equivocada, lo cual, por fortuna, pude rectificar; pero de equivocarme en esta ocasión habría sido catastrófico).

Al tomar mis esquíes antes de salir a la intemperie entraban varios operadores. Me dijeron: “¡Cerramos, hay que bajar!” Todavía les pregunté: “Pero ¿es viable bajar esquiando?” Me respondieron: “Sí, pero no se demore, el tiempo va a empeorar”.

Me armé de valor y pensé: “Lo que me faltaba, yo requiriendo ganar seguridad y falta que me ponga los esquíes de sombrero en medio de una tormenta”. Pero no cabe duda de que, cuando no se tiene opción y hay que actuar, uno mismo se da la tranquilidad que se requiere.

Salí dispuesto a tratar de seguir en la bajada a los grupos que me fuera encontrando en el camino, (pero a mi ritmo); no me presionaría por seguir a nadie y me tomaría mi tiempo para resolver cada situación que se presentara.

Mi sorpresa fue grande cuando salí y no vi a nadie. Ni siquiera pensé por cuál de las pistas me convendría más bajar. Como en ese momento el viento venía de la derecha, tomé la pista más cercana a la izquierda y me dispuse a bajar, pensando que me encontraría a más gente mientras avanzaba, lo cual no ocurrió. La realidad es que estaba solo. Éramos la montaña (Corvatsch) y yo.

El viento estaba fuerte y seguía nevando bastante; así que emprendí la bajada concentrado en la pista, que no se veía de manera clara, lo cual dificulta el equilibrio para los no expertos. Pero fui bajando cuidadosamente cada parte de la montaña y poniendo especial atención en las partes empinadas y en aquellas donde pudiera equivocarme.

Afortunadamente fueron pocos los tramos en que la visibilidad no era clara para ver los palos rojos que marcaban la pista. Y fui bajando poco a poco sin encontrar una sola persona en el trayecto. Cuando llevaba aproximadamente la mitad, me rebasó un par de personas (las únicas que vi), que se notaba que eran expertas, por lo que me llamó la atención que no se detuvieran a preguntar si yo requería algún apoyo.

Al llegar a la última parte de la montaña, la más boscosa, me tranquilizó pensar que el mismo bosque me protegería del viento, además de que es la parte más tranquila de la montaña, porque ya no tiene tramos difíciles.

Hacer solo el recorrido que generalmente hago en familia, pero sobre todo sin otros esquiadores, fue una experiencia maravillosa, sobre todo porque es una montaña imponente y saber que, si no bajaba, cada momento se dificultaría más. Fue algo especial.

Requerí armarme de valor y concentrarme en aplicar la técnica para evitar cometer errores y así lograr el objetivo, ya que una lesión en esas condiciones sería muy complicado.

No cabe duda de que la vida te va presentando lo que necesitas para crecer, y yo en ese momento requería recuperar la confianza y saber que debía lograrlo solo.

Me sentí aun más afortunado cuando en la noche veíamos las noticias del paso de la tormenta Burglind por Suiza, la cual causó daños y avalanchas en varios cantones, y saber que en mi caso no pasó de recibir mucha nieve, viento y un pequeño susto, lo que me hace estar más agradecido con la vida.

Son experiencias que nunca se nos olvidan y que nos dejan enseñanzas de vida que podemos aprovechar para otros retos.

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Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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