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  • A RIESGO PROPIO

Por: Bernardo Olvera Bolio
EN ESTE ESPACIO OFRECIMOS LOS pronósticos para 2018 basándonos en la observación aguda del entorno sociopolítico, concretándose varios resultados esperados. Los pronósticos no son, desde luego, ni adivinaciones ni profecías al estilo de Nostradamus, como se conoce usualmente a Michel de Nôtre-Dame, sino, en realidad, efecto de modelos de análisis de tendencias. En varios países del mundo existe la carrera de futurólogo, que utiliza, como estructura básica, dichos modelos.
EN FIN, PARA ESTE AÑO se publicaron aquí algunos pronósticos. Hasta ahora el único que ha fallado —y que me valió entonces el título de optimista— es el que auguraba la participación del Tri (futbolero) en el quinto partido. Ahí se ha fallado; no así en otros casos, particularmente, el relacionado con las elecciones presidenciales.
EN EFECTO, ESTAMOS EN LO DICHO, y cito textualmente un párrafo de la publicación de la primera quincena del presente año: “Los resultados no serán sorpresivos; sorprendentes tal vez, pero sorpresivos no. Aun así, habrá manifestaciones en varios sectores de la sociedad; ideas encontradas y crisis argumentales sobre los resultados obtenidos”. Esto es, lo sorprendente es que algunos no hubieran esperado —ni querido— que, a pesar de tantos años de insaciable campaña y después de tamaña insistencia, se impusiera el candidato de Morena; incluyo en este grupo a personajes que residen fuera del país. Pero no podía ser sorpresivo cuando se lanzó a verdaderos ejércitos, durante todos esos años, a organizar y fomentar la campaña desde redes sociales, telefonía a medios, robots telefónicos, algunos medios y demás instrumentos y grupos sociales. El objetivo último era expresar toda clase de argumentos, válidos unos y disparatados otros.
COMO FUERA, ESOS ARGUMENTOS resultaban convincentes, sobre todo para una población —en su mayoría— harta de corrupción, impunidad e inseguridad, por decir lo menos. De modo que, a pesar de una buena porción de ciudadanos y organizaciones, Morena se volvió imparable. Esto es lo que no resulta sorpresivo. El resultado, entonces, obedecía a lo esperado y a la tendencia; lo sorprendente, como ya se dijo, es principalmente el porcentaje alcanzado.
SORPRENDENTE TAMBIÉN, pero no sorpresivo, fue corroborar la existencia de múltiples personalidades del presidente electo. Habrá que ir acostumbrándose a ello: discursos diferentes —incluso contradictorios— ante diferentes públicos. Un estilo por el que —se dice— Donald Trump lo llama Johnny Trump (qué sarcasmo fatal: Juanito, ¡cómo olvidarlo!), debido a las semejanzas que el estadounidense cree ver entre ambos.
MÁS SORPRENDENTE (y de igual manera poco sorpresivo) es el cumplimiento cabal a lo antedicho. Tuvo dos discursos en su declaratoria de triunfo: uno ante un público de “esa sociedad” de la que abomina, y otro muy diferente ante “su pueblo”. No obstante, los dos discursos tuvieron algo en común. Me explico en el siguiente párrafo.
EN SU INIGUALABLE NOVELA El péndulo de Foucault (1988), Umberto Eco se refiere a los primeros procesadores de palabras, y relata cómo dos de sus intrincados personajes se sorprendían y jugaban con esa herramienta. De manera más que interesante, a esos protoprocesadores de palabras se los podía alimentar con una serie de palabras sueltas, y el procesador producía escritos —muchos de ellos inconexos, aunque no siempre disparatados—, que arrojaba por extensiones a veces controlables, a veces interminables. Pues parece que los discursos del ganador de las elecciones se hicieron así: en una suerte de licuadora a la que se le metieron unas cuantas palabras (no conceptos) usuales en sus campañas. El resultado ya quedó escrito o, por lo menos, dicho. A los que les mueva la curiosidad se los invita a realizar un leve análisis de tales piezas oratorias y confirmar lo asentado: son una ensalada de palabrería aparentemente conexa. En eso tampoco ha fallado el candidato electo.
EN EL PECADO VA LA PENITENCIA. Ahora me refiero a los dos grandes perdedores (el Bronco queda fuera de esta clasificación). Las otras dos coaliciones, las perdedoras, están hoy en sus respectivas “operaciones” cicatriz.
SE HARTARON DE atacarse el uno al otro sin tregua, mientras —decían algunos— el ganador se sentaba a comer palomitas disfrutando del espectáculo. Tal actitud de los candidatos perdedores es un reflejo de la mexicanidad más profunda, esa que no ha dejado de caracterizar a la clase política desde 1821, año de la declaratoria de Independencia; esa que lleva a los políticos a denostarse entre ellos para convencer a la turba que más les venga en gana, no importa si es con mentiras, con simulaciones o con otras cuestiones tramposas: la cuestión es hacerse del poder.
NO QUIERE DECIR LO ANTERIOR que el ganador no hubiera caído en ese juego; lleva más de tres lustros haciéndolo. Lo que quiere decir es que éste fue más inteligente (¡!) que aquellos.
AL PARECER, LOS PERDEDORES nunca entendieron el juego que debían jugar: como en el ajedrez, gambito (sacrificio) de piezas, pero sólo para garantizar el triunfo. Juego que tampoco entendieron los simpatizantes de ninguno de los dos, quienes pudieron atender a la invitación al llamado “voto útil”.
EN FIN. LO QUE QUEDA es no el boicot, no la contra deliberada; pero tampoco la conformidad indolente. Queda el apoyo a lo sensato y el rechazo inteligente y organizado con propuestas en mano. No se trata de rendirse, como han hecho algunos sectores cúpula bien conocidos y cercanos; se trata de comportarnos alguna vez —quizá la primera— como gobernados dignos pero exigentes con esos empleados nuestros conocidos como clase política y servidores públicos.

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Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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