Los dos caminos

Charlemos seguros

El asegurador

  Un estadista dijo una vez que el hombre tomado individualmente es un enigma irresoluble  pero que en conjunto es una certidumbre matemática.    

Sherlock Holmes, Elementary

Querido lector, hoy quiero abordar contigo el tema de la segmentación del mercado. No me refiero a dividir tu propio mercado objetivo en segmentos, sino a la identificación de cuál es “tu segmento natural”, el que más fácil y eficientemente responde ante ti y tu propuesta.

Podemos discutir largamente   acerca de cuáles pueden ser los motivos  para hacerlo. Sólo por mencionar uno, podríamos  hablar de la fuerte competencia que se manifiesta hoy por el uso de la tecnología, aptitud  que está diferenciando a unos intermediarios de otros;  pero en realidad éste no es el motivo  más importante, y mucho menos es la única razón.

Hace ya muchos  años   tuve el privilegio de comprender cabalmente que uno de los desafíos  más relevantes que enfrenta un productor, un intermediario de seguros,  entidad, broker  o agente  es maximizar el rendimiento del tiempo que invierte. La fórmula de la productividad es un cociente donde el divisor son los recursos que se invierten   (y el tiempo probablemente sea el más importante de ellos) y el dividendo es el número de negocios o el importe que éstos  representan. 

Cuanto  mayor sea  el cociente resultante,  más productivos somos. Por ejemplo, si el negocio A representa la misma comisión que el negocio B, pero cerrar el negocio A nos tomó el doble de tiempo que cerrar el negocio B, fuimos el doble de productivos en el proceso de venta para el negocio B respecto al  A. Naturalmente, esto es aún más notable cuando dedicamos tiempo y recursos a un prospecto cuyo negocio  no logramos cerrar o nunca concretamos. Eso hace pedazos nuestra productividad.

Y es precisamente aquí  donde radica  el mayor aporte de la segmentación: en  hacernos más productivos.

Naturalmente, lo que digo no implica  de ningún modo que nos obsesionemos con cerrar  con velocidad  todos nuestros procesos de venta. Esto es  una cuestión de estadística. Nuestro rendimiento será mayor y más satisfactorio cuanto  más productivos seamos en el conjunto de nuestros esfuerzos.

Ser altamente productivos nos da el margen suficiente para que, de vez en cuando, podamos por decisión propia  dedicar un esfuerzo elevado a algún prospecto que nos represente un interés especial, como puede ser incluso un voluntariado. El caso podría demandar más esfuerzo que el promedio, y finalmente  hasta resultar fallido, pero será satisfactorio por la convicción y el interés que ello nos haya representado.

Habiendo establecido el contexto, vayamos ahora al reto:

Determinar las características de nuestro segmento de interés              

Para ello, querido lector, propongo dos caminos:     uno   al que   llamaré   natural o intuitivo.  Otro,  por contraste, se denominará  contraintuitivo.     

La meta en el primer camino es identificar las características que se comparten,  que son comunes  a los asegurados que ya son nuestros clientes. El propósito último es conocer qué los hace homogéneos  ante nosotros y nuestra aproximación, porque esos rasgos son justamente los que permiten que respondan favorablemente ante nuestra propuesta.

No pienses únicamente en términos demográficos (edad, género…).   Las características comunes suelen ser más sutiles y menos evidentes. Tendrás que profundizar en temas muy diversos, pero el resultado  y el beneficio que ese análisis promete   justifican el ejercicio.

Hay un sinfín de variables que puedes tomar en cuenta. Voy  a enunciar sólo algunas, a modo de pautas o guías que puedan ser de utilidad para iniciar el proceso. La siguiente no  es una lista exhaustiva en ningún sentido:

1. Estilo de vida, que incluye todo tipo de hábitos y costumbres; lugares frecuentados, por citar sólo un ejemplo.

2. Cultura, que abarca normas de comportamiento y  reglas morales y sociales, incluso religiosas.

3. Motivación, sentido de satisfacción y pertenencia.

4. Personalidad, que abarca rasgos como espontaneidad y  extroversión, o los contrarios.

5. Percepción, que incluye múltiples esferas de la realidad:  percepción de sí mismo, de la sociedad, del sistema de   gobierno o de las instituciones.

Como verás, conforme evalúes un número mayor   de características, más fácilmente podrán aparecer las coincidencias;   y descubrir patrones puede ser una tarea no sólo nutritiva sino además reveladora. Quizá no eras consciente de  que una buena parte de tus clientes comparten tus creencias o   afiliación política, lo que no tendría que estar relacionado con su género o edad.

Recuerda que no hablamos de homogeneidad. Esto es  sólo estadística. Difícilmente encontrarás que una característica sea compartida por la totalidad de los clientes. Se trata de patrones, de puntos comunes. Yo ni siquiera pondría un porcentaje mínimo de aparición. Tal vez ninguna cualidad aparezca en más de 50 por ciento   de tu clientela. No obstante, lo que encuentres te dará un curso poderoso de acción: es       mucho más probable que alguien que comparta uno de esos rasgos esté abierto a escucharte… y posteriormente comprar contigo.

Ciertamente, puede ser que las marcas que representes y que propongas sean ese factor común. Aun  así, el ejercicio es válido. Cualquier marca, incluso la tuya misma, aunque no esté formalizada, llega a un público particular que se ancla    a ella.

Vamos ahora por el segundo camino, que no parecerá tan obvio, al menos a primera vista.

Para explicarlo, usaré una   anécdota real, muy interesante, producto de la Segunda Guerra Mundial. Puedes buscarla. Está debidamente documentada en la red.

Es ampliamente sabido que la tecnología de los aviones japoneses y alemanes era de primer nivel y que los aliados tuvieron que enfrentar un desafío  importante por la eficiencia de sus rivales. Ante esta realidad, los aliados realizaron un análisis de los aviones de su flota que lograban retornar a tierra después de una batalla aérea para identificar  los lugares de la aeronave donde con mayor frecuencia habían recibido disparos. El propósito era  reforzar esas áreas.

Parece sensato, ¿no?  Pues el  matemático Abraham Wald pensó de manera distinta.

Había que identificar más bien las áreas donde los aviones que   habían logrado regresar no tenían daños. Esas áreas eran  las que debían reforzarse, pues muy probablemente  representaban los lugares donde los aviones abatidos habían sido impactados. A este principio se lo  denominó   desviación de supervivencia.        

En   otras palabras, había que identificar los “puntos de fracaso”. Mirándolo de ese modo, y para nuestros propósitos, habría que identificar a quien no logramos venderle nada. Debemos conocer qué  caracteriza a aquellos prospectos que no responden a nuestra oferta. ¿Para qué hacerlo? Para ampliar nuestro segmento.

En este camino estamos buscando ensanchar nuestro segmento de mercado. Ampliarlo por definición. Si ahora nos compra quien antes no lo hacía, no existe otra posibilidad más que incrementar nuestra eficiencia.       

Naturalmente, hay que mantener nuestra vigilancia en la productividad. Podría ocurrir que el esfuerzo por vender a un nicho distinto sea muy demandante. Pero también cabe la simple posibilidad de que modificando un patrón de nuestro discurso, de nuestra vestimenta, de nuestra aproximación  conectemos con quienes antes no podíamos hacerlo.       

No hay nada que perder.

Es un proceso científico y nada más. Observación y experimentación.

Sin embargo, este proceso implica atrevernos  a explorar nuestros propios hábitos y comportamiento. Lo mínimo que obtendremos será un   conocimiento más amplio de nosotros mismos.

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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