El seguro, después del fuego y la rueda, es probablemente el descubrimiento más humano de todos. No por su complejidad técnica, sino por su intención: compartir los riesgos para no caer solos.
Esa es la raíz de la mutualidad. Pero algo se ha roto. Algo que va más allá del mercado o las regulaciones. Hemos perdido la costumbre y el valor; de hacer comunidad.
Antes, la amistad y la familia eran nuestras primeras pólizas.
No firmadas, pero sagradas. En la adolescencia, solía decir que tener un buen amigo o una familia presente era el verdadero blindaje frente a la vida. Contra el desamor, la pérdida, la carencia o la incertidumbre. Hoy, ese tipo de respaldo se ha vuelto más raro. ¿En qué momento decidimos enfrentar la vida solos?
Lo mismo ha pasado en nuestra industria.
El seguro y la fianza nacieron de la voluntad de unirnos, no sólo de vender protección. Pero la operación diaria, la competencia, la urgencia por cumplir metas, nos ha empujado a vernos más como rivales que como aliados. Hablamos de comunidad en los discursos, pero la vivimos poco en los hechos. Y sin comunidad, el seguro pierde su esencia.
Estoy convencido que la mayoría de las diferencias personales y profesionales no es producto de la antipatía, sino de la falta de voluntad para escuchar y aprender de lo que los demás tienen que decir.
Todos podemos ser factor para generar un ecosistema donde trabajar juntos no sea una amenaza, sino una oportunidad. Donde compartir la experiencia, el conocimiento y el camino se vuelva parte del modelo de negocio, no solo del discurso. Para crecer en esta industria o en cualquier ámbito, primero hay que estar dispuesto a dar antes de recibir.
Y sí, esto es una invitación.
No a cerrar un contrato. Sino a abrir una conversación. A conocernos sin agenda. A descubrir si podemos sumar como aliados, como amigos, incluso como familia profesional. Porque si de verdad creemos que el seguro se basa en la confianza, tenemos que practicarla entre nosotros primero.
¿Qué nos hace falta para colaborar como comunidad?
Quizá solo recordarlo: que solos llegamos rápido, pero juntos llegamos más lejos.
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