En el mes de agosto fuimos testigos de un accidente terrible de motociclistas ocurrido en la carretera México-Cuernavaca. La narración de hechos destacaba que los conductores circulaban a más de 250 km/h porque iban “echando carreritas”. El resultado de este percance fue lamentable, y se habló de siete muertos y varios heridos.
Días después del acontecimiento escuché un reportaje que afirmaba que la tradición de algunos motociclistas era tomar previamente un brebaje bautizado como “agüita aflojaculpas” para suprimir el miedo y poder disfrutar el recorrido a grandes velocidades.
¿Será entonces que la culpa nos estorba para cumplir sueños u objetivos?
Viktor Frankl afirmaba en su triada trágica que los seres humanos jamás nos libramos del sufrimiento, culpa y muerte.
La culpa nos persigue en diferentes áreas de nuestra vida; por ejemplo:
“Me siento culpable porque…
· … debí haber sido más enfático en el cierre”.
· … no debería haber dicho eso en la reunión”.
· … no les dedico el suficiente tiempo a mis hijos”.
· … me comí un pastel”.
· … me daban ganas de ahorcarlo, y está mal que piense así”.
Aclaro: si fuéramos condenados también por nuestros pensamientos, seguramente varios de nosotros entraríamos en la clasificación de asesinos, sin atenuantes.
Quizá parezca entonces que lo ideal en la existencia es anular la culpa y expresarnos como seres libres; pero precisamente este tremendo accidente en la carretera nos recuerda que la culpa está presente como brújula para alertarnos, para expresar que somos conscientes. Ése es su gran cometido.
Una persona me dijo cierta vez: “Me siento culpable de haberle hablado así a mi par, y también me molesta sentirme culpable”. ¡Claro! Sentir culpabilidad no es una sensación agradable, pero eso nos habla de que tenemos cierta vigilancia sobre nuestro comportamiento, de que somos capaces (todavía) de reconocer la bondad o maldad de nuestros actos.
Hasta aquí vamos bien. El dilema comienza cuando no se encuentra una forma acertada para gestionar la culpa.
Y hay dos posibles caminos: aturdirse o arrepentirse.
En el primer caso, la culpa se vuelve neurótica porque sólo paraliza y se mantiene en un ciclo rumiativo que concluye en hacer sentir al sujeto que la padece como una persona reprobable, es decir, como una persona mala.
Al vivir con una culpa eterna se bloquea el potencial. Es necesario aprender a separar el acto de la persona. Un evento no es la definición final de una persona, ya que entonces se suspendería el aprendizaje.
Si se mantiene la asociación de “mal acto = mala persona”, se deriva en un autorreproche crónico sin posibilidad de avance o de redención.
En el segundo caso, el arrepentimiento verdadero llevado a la acción conlleva tres opciones:
1. Ofrecer una disculpa a la persona a quien se ha lastimado.
2. En caso de que esto no sea posible, reconciliarse de forma indirecta con el mundo; por ejemplo, una persona que había cometido un fraude y no tenía forma de devolver el dinero a la persona afectada decidió donar el dinero a una causa benéfica. De esta forma logró purgar su culpa y otorgar paz a su alma.
3. Y el último punto que se aplica para cualquier circunstancia de culpa es éste: la culpa se erosiona con el verdadero compromiso. De nada sirve ser consciente de ella pero no enfrentarla. A veces es más cómodo sentirse culpable que hacer una transformación profunda. Tomar una actitud adulta frente a la culpa implica corregir realmente la conducta que ocasionó el problema, comprometerse verdaderamente con el cambio a futuro, ya que éste no está en el castigo impuesto sino en el nuevo comportamiento.
En otras palabras: la culpa siempre apunta al pasado; la responsabilidad, hacia el futuro. Tendríamos que dejar de echarle la culpa a la gota que derramó el vaso y hacernos responsables de la comodidad que tuvimos para sentarnos a esperar a que se llenara.
En resumen, la culpa surge cuando pensamos: “He hecho algo que no debí hacer” o “Debí hacerlo, pero no lo hice”.
Si has tenido estos sentimientos, comprométete verdaderamente con el cambio futuro y acepta que la culpa que hoy está presente sirve para recordarte que no eres un psicópata, que posees conciencia para discernir los actos malos de los buenos. En pocas palabras, sé un tanto indulgente con lo que has hecho, pero muy exigente con lo que está por venir.