Antes del último viaje…

Charlemos seguros

El asegurador

Cuando uno va acumulando experiencia en la vida, hay algunas cosas que nos suceden que no podemos evitar. Quizá sea posible minimizar algunas, pero jamás evitarlas por completo.

Cuando uno ha pasado ya de los 60 años, se hacen más constantes los “avisos” de que el reloj de arena cada día se vuelca más hacia abajo; sin embargo, debemos ganar conciencia de las cosas buenas que tenemos y dejar de preocuparnos por aquellas que no podemos controlar.

Es imposible no percibir que nuestro físico, habilidades y fuerza no son los mismos; que hemos acumulado algo de grasa en la cintura; que ya no escuchamos ni vemos tan bien como antes; y que nuestros movimientos se van volviendo algo torpes. Pero esas cosas para nada nos deben entristecer; al contrario.

No diría yo que debemos pasarlas inadvertidas, porque debemos ser más cuidadosos y por supuesto tratar de no exponernos a ciertos accidentes, por lo que debemos hacer ejercicio mesurado y no exagerar con los alimentos que claramente nos hacen daño.

Sin embargo, una cosa es cuidarse un poco, y otra muy distinta es privarnos de objetos, gozos y alegrías que no nos van a matar pero que sí van a hacer más agradable nuestra vida.

Debemos dejar de preocuparnos por el “qué dirán” y prestar más atención al “qué diré”. Sí, el “qué diré yo después” si dejo de hacer algo que me hubiera hecho feliz. La idea es no llegar al final de nuestros días diciendo: “Debí haber hecho más de esto, o más de esto otro”.

Definitivamente es hora de disfrutar más y de preocuparse menos. A estas alturas del partido, ya hicimos mucho de lo que teníamos que hacer y nos damos cuenta, además, de que muchas cosas que hicimos las hicimos por los demás, de alguna manera.

Por una parte, hicimos muchas cosas para nuestra familia como proveedores de una buena educación, de una buena vida, con el fin de darles las herramientas para enfrentar mejor los problemas. Pero, a fin de cuentas, siempre sobreponiendo el bienestar de nuestra familia al propio.

Ojalá dentro de todo eso que les dimos también se encuentre la enseñanza de ser felices y vivir de acuerdo con los valores que vamos adoptando en la vida.

Y en ese “hacer cosas más por los demás que por nosotros mismos” se incluye la necesidad de proyectar una imagen adecuada de nuestra persona y cumplir con las reglas de nuestro entorno.

Un ejemplo de ello son los 35 años que viví como funcionario de compañías aseguradoras. Por supuesto que tuve una buena vida y estoy orgulloso de la forma en que me entregué a mi tarea, de lo que di al sector asegurador. Y también me recompensaron bien.

Pero ahora, cuando entramos en la última etapa de nuestra vida, es importante cobrar conciencia de que ser feliz se vuelve cada día más importante y de que debemos disfrutar cada jornada como si fuera la última que vamos a vivir.

No vale la pena hacer corajes ni amargarse la existencia por cosas que posiblemente no vamos a cambiar, por lo que debemos echar mano de nuestra experiencia y no dejarnos afectar por la opinión de los demás. Que nos baste la opinión que tenemos de nosotros mismos.

Por fortuna, hoy la gente de más de 60 y 70 años tiene una forma de vida muy distinta de la que se tenía hace 50 años. Cuando yo era un chamaco, la gente que tenía más de 50 se veía como si ya estuviera entrando en la vejez. Hoy la actitud de los sexagenarios es muy distinta, al grado de que ya no se llaman a sí mismos sexagenarios. Definitivamente, no nos sentimos viejos; nos sentimos gente madura.

Incluso hay quien escribe sobre una nueva generación de gente que antes no existía, porque antes se consideraban viejos y ahora hasta les llaman sexalescentes.

Ahora es común ver a gente de 70 años con jeans o con shorts o bermudas, con una playera y tenis o huaraches, sin preocuparse por el qué dirán.

Cada vez vemos a más gente que después de los 60 y 70 años se animan a iniciar proyectos postergados, sin temor a nada. Incluso muchos tratamos de cambiar algunos hábitos o malas costumbres que fuimos adquiriendo en el transcurso de nuestra vida, y lo hacemos para tener una mejor etapa.

Me encanta ver a mujeres decididas y seguras de sí mismas emprender, ya sea creando una empresa o realizando una nueva actividad, estudiar algo nuevo o tomar nuevos caminos; o incluso volviéndose a enamorar y arriesgándose a una nueva relación. Y veo que en muchas ocasiones lo hacen por gusto, y no por soledad.

Es muy motivante ver a mujeres y hombres que viven felices y que, sin vergüenza ni prejuicios atávicos, cuidan su salud, pero no se dejan llevar por los estereotipos y encuentran su propio estilo, lo cual les hace lucir aún más atractivos que teniendo un cuerpo cero grasas.

Dicen que la edad no se ve en las arrugas sino en la postura y en el modo de caminar. Yo desde luego que he perdido mucho pelo. El poco que queda se ha convertido en canas, y la verdad no me importa. Ni me voy a injertar pelo ni me lo tiño.

En cuanto al modo de caminar, debo confesar que sí he bajado el ritmo con el que camino, pero la verdadera causa es que durante muchos años viví con prisa, y un día tomé la decisión de erradicar la prisa de mi vida. Y ésta es una de las mejores decisiones que he tomado.

Así es que desde entonces ya no camino con prisa. Trato de no caminar como un anciano, pero sí a mi propio ritmo.

Nos llegan mensajes a diario que nos permiten ser más conscientes de las cosas. En un chat de amigos queridos, uno de ellos mandó un video hermoso que se titula El último viaje, que les recomiendo ver en esta liga: RESOLVERÉ ESTO CON MOLINAR.

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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