Funeral al civismo

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EL CIVISMO FUE UNA materia impartida principalmente en la etapa de educación primaria. Es la edad en que el niño absorbe todo con interés por el descubrimiento y el reconocimiento estructurado de lo que le rodea. La enseñanza se refería a las condiciones de conducta personal y de conducta social propicias para la correcta y armónica convivencia pacífica entre la comunidad.

EN ESA DISCIPLINA, el civismo,  se indicaban no sólo los principios de convivencia, sino también   por qué se establecieron desde épocas ancestrales (quién sabe si desde hace 10,000   años en Mesoamérica). Se ponía en la mesa una serie de normas sociales, su origen, explicación, suficiencia y conveniencia, de modo que el niño entendía que existieran ciertos límites al comportamiento, así como la forma en que se acotaban las libertades en aras del respeto a los demás.

LAS SOCIEDADES ANTIGUAS, las incipientes, tuvieron que sentar una serie de principios para dirimir las diferencias de comportamientos que poco o nada ayudaban a la convivencia armónica de la comunidad. Así, cuando un individuo cometía un acto contra otro, se le señalaba como enemigo social, ya que su comportamiento equivocado, y hasta mal intencionado si se quiere, perjudicaba a sus congéneres y era semilla para provocar actos de venganza, lo que se podía tornar en una cadena de situaciones desafortunadas que terminaban en actos criminales y eventualmente sangrientos. De ese modo se originó lo que se consideraba el principio de la civilidad, el signo de la civilización.

ESO SE ENSEÑABA EN LA MATERIA CIVISMO. Pero en época del mandato nacional a cargo del tristemente célebre Luis Echeverría Álvarez  se dejó de enseñar. Era, se dijo, una materia ociosa que no reportaba nada a los chamacos. Como apunte complementario, también quitaron la ortografía, que según ellos también era inútil.

AL QUITAR TAL enseñanza  (que, según parece, hoy se quiere retomar),    se empezó a perder la conciencia adquirida desde la edad temprana; de modo que muchas personas hoy adultas nunca han entendido dónde terminan sus derechos y dónde empiezan los de los otros. Parte del problema es que a los maestros tampoco se los  preparó para dar tal materia. El resultado es evidente: todo el mundo es demandante de lo que considera su derecho, por encima de lo que corresponda a los demás, a los que ni siquiera se considera titulares de tales garantías.      

HOY  AQUELLO PARECE IMPOSIBLE DE RESCATAR. Entonces se observan actos inciviles que, justificándose por una   “lucha” por ciertas causas, se violan flagrantemente no sólo los derechos de los demás, sino también las leyes (por ejemplo, la toma de casetas carreteras para cobros ilegales de cientos de miles de pesos diarios); y todo ello se perpetra con el beneplácito de las desautoridades.

LO POCO QUE QUEDA al respecto son las garantías individuales a que hace referencia la Constitución. El problema es que nadie la lee. Por otra parte, se incorpora a la interpretación de dichas garantías la peor concepción posible de   tolerancia,  que se ha utilizado como ‘valor’ pero que se ha hecho acomodaticia para quien se sirve de justificar la ausencia de autoridad; eso sí, sólo con quienes les  resulta conveniente a los políticos.

EL SUPUESTO SEGUIMIENTO al civismo se daba en la educación media superior con la materia de ética, lo que supone una reafirmación razonada del civismo y sus porqués.

OTRO PROBLEMA AL RESPECTO es que los temas de civismo y ética coinciden con principios religiosos, con la diferencia de que en el primer caso las infracciones se castigan con la ley y el repudio social; mientras que en el segundo se castigan por diferentes deidades o antideidades:  el bien y el mal.

DE MODO QUE, ANTE la incapacidad de lograr que la ciudadanía comprenda y acate los principios de la ética y los derechos humanos a partir de la Constitución, ahora se pretende mediatizar   —e idiotizar— a las personas mediante una moralina irreflexiva de cuarta, como todo lo de cuarta. Para ello se cuenta con la experta asesoría de los “cristianos evangélicos”, que así se hacen llamar quienes siguen a su manera los hechos y escritos bíblicos.

NO TENGO NADA CONTRA los cristianos evangélicos  ni contra ninguna religión, corriente religiosa, secta o  lo que sea; cada quien es libre de llevar su fe y sus creencias como le pegue la gana. El punto no son ellos;  el punto es que el Gobierno, más que eso, el Estado mexicano decida adoctrinar a los ciudadanos con fundamentos de cualquier religión. Esto rompe con el Estado  laico en absolutamente todos su aspectos.

PRETENDEN ALGUNOS  VOCEROS DEL TEMA que esto no es ilegal;  que nadie se opondrá al repudio de actos como el robo, el asesinato, la violación, la bigamia y otras cuestiones que la lógica y la ética presentan como inaceptables para la convivencia pacífica. Claro que nadie se opone a ello…, pero hacerlo a la luz de los mandatos de su dios (con minúscula), que ejerce el poder y hace proselitismo a su propio negocio  o a sus creencias, está absolutamente fuera de la ley. Hasta reinterpretan la laicidad y dicen que eso no implica antirreligión ni ateísmo. Lo cierto es que no se puede llevar una religión oficial sin faltar a los principios constitucionales del siglo XIX, base indiscutible de todos los intentos posteriores por “mejorarla”.     

¿CÓMO SE APLICARÁ ESO? No se sabe. Por ejemplo, los evangelios condenan que se escandalice a los niños. ¿Y qué  hacen los maestros, si no, al “formar” a los niños mostrando que por encima de la enseñanza y la formación a que tienen derecho están los intereses económicos y políticos de poder del sindicalismo?   ¿Qué dirá al respecto la cartilla moral con que se piensa mediatizar a la población? ¿Por qué en vez de repartir ese panfleto no reparten la Constitución?… Pues porque mataron al civismo y lo quieren sustituir  con mandamientos religiosos. ¡Válgame Dios!

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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