La mayoría

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El asegurador

 

Se da hasta en las mejores familias.

Me quedé sorprendido cuando supe que uno de mis amigos universitarios ensayaba sus mejores golpes con su esposa, quien, aterrada, describió a las mujeres de aquel grupo las exhibiciones de boxeo privadas de nuestro compañero.

La violencia de género, definida  como un acto violento o de agresión de los hombres contra  las mujeres  que tenga o pueda tener como consecuencia un daño físico, sexual o psicológico, es un fenómeno cuya presencia es imposible negar, soslayar, minimizar u ocultar.

¿Cuál es su origen?

En mi opinión, fueron dos los factores que propiciaron la especialización de tareas por género que condujo a la subyugación de las mujeres durante miles de años y que explica cómo llegamos a la manifestación del 8 de marzo  de 2020, con miles de mujeres marchando, hartas de la dominación del sistema patriarcal, como ellas definen a este orden de cosas, tan absurdo como fácil de entender cuando nos atenemos a la evidencia histórica.

Los dos factores que originaron todo son: mayor  talla y fuerza física el primero, y la maternidad  el segundo.

Hace cosa de 100,000 años, el Homo sapiens dejó África para poblar otras zonas de la Tierra.

En aquellos tiempos no era fácil sobrevivir para una especie físicamente inferior y con un rezago importante en el desarrollo de los hijos, quienes requerían muchos  años para llegar a  la plenitud  intelectual, su ventaja competitiva primordial. Así, mujer y hombre se especializan, quedando la mujer a cargo del lento avance de los hijos y el hombre con la responsabilidad de proveer los medios de subsistencia a la familia primitiva.

El desarrollo de la civilización humana y su especialización por género moldearon  un mundo dominado por esta especie  gracias a su cerebro y su pulgar oponible. Las herramientas y la tecnología, en desarrollo constante, le permitieron llegar a los más de 7,000 millones de seres humanos que hoy habitan la Tierra, en detrimento del resto de los habitantes del planeta y, por supuesto, de la hembra de su propia especie.

Egipcios, sumerios, persas, fenicios, israelitas,  mayas, incas, mexicas  y otras civilizaciones antiguas muestran grandes diferencias,  pero todas, sin excepción, fueron culturas dominadas por el varón, sea como guerrero, sacerdote, político o rey. Algunas excepciones hubo, por supuesto, y todas ellas confirman  la regla de la dominación masculina.

Un mal arranque, entonces, forzado por las circunstancias, condenó a las mujeres a un papel subordinado, sin que existiera una razón de fondo para ello; hoy es aceptada la evidente igualdad intelectual de ambos géneros, después de épocas de dominación masculina total.

El mundo fue diseñado por el varón, con la mujer relegada a tener hijos y a actividades circunscritas al cuidado de la casa y las labores domésticas. Todavía a finales de los años ochenta  existían empresas donde una mujer no podía ascender más allá de un nivel gerencial, condenada por una mentalidad machista obtusa. En Seguros América, por ejemplo, aseguradora de la época, no había mujeres en el  rango de subdirector.  Gerente era lo máximo a lo que podían aspirar aquellas a quienes se trataba como trabajadoras de cabello largo e ideas cortas (Schopenhauer dixit), según la visión de los empresarios de aquellos años.

¿Y en el siglo 21?         

La mayor fortaleza física ya no es un factor que justifique la dominación de un género por el otro. No es el más fuerte quien domina en una empresa, en el desarrollo del arte o en la docencia, sino el más capaz. Por otra parte, la maternidad ha dejado de ser un factor para condenar a las mujeres al cuidado de los hijos. Las mujeres continúan teniendo hijos, por supuesto, pero menos y a una edad más tardía. Además, las trabajadoras de todos los niveles combinan sus labores y el cuidado de los hijos, con el apoyo de abuelos o personal especializado.

¿Qué necesitamos los hombres para abandonar de una vez por todas la violencia de género?

En primer lugar, una mejor educación. Paradójicamente, son las madres, mujeres que llevan la batuta tras bambalinas en la mayoría de los hogares mexicanos, quienes deben ahora afrontar la tarea de inculcar a sus hijos varones respeto y  consideración hacia las mujeres y una prohibición absoluta, sin atenuantes,  en lo que se refiere al maltrato contra ellas.        

¿Por qué una madre mexicana cría  hijos golpeadores? Tal vez porque ella ha sufrido lo mismo y el ejemplo paterno ha seducido a los varones de la familia. Ella ha consentido, como su madre consintió y su abuela también.

Las madres primero, y los padres detrás de ellas, deben mostrar que la violencia de género no es opción, aun  cuando una mujer “haga méritos suficientes”, en la absurda visión de la sociedad machista, para emprenderla contra ella.

“A una mujer, ni con el pétalo de una rosa”, le escuché decir en ocasiones a mi padre, y aquello se inscribió en mi inconsciente. De igual manera, muchos hombres menos afortunados deben de haber recibido la indicación contraria, de palabra y con el ejemplo, para castigar a la mujer que mostrara signos de rebeldía.

¿Cómo empezar?

Como ha ocurrido con muchas otras situaciones, el Estado debe condenar y castigar a los hombres que ejerzan violencia sobre una mujer. Es lo que la marcha propone; indispensable atender la petición. La primera generación de hombres violentos tendría  que ser castigada para que la siguiente generación tome como algo natural el respeto a la mujer.

No somos tan diferentes. En cuestión de acoso, celos, espionaje y tortura psicológica,  hombres y mujeres estamos a la par; en diferentes empresas he conocido a mujeres que desde sus posiciones de poder ejercen su dominio sobre hombres y mujeres sin consideración alguna por condición de género. Así somos los seres humanos por naturaleza. Si cuando todo empezó la mujer hubiera sido físicamente más fuerte que el hombre, seguramente la historia se hubiera repetido, pero al revés. Fueron ciertas circunstancias, convertidas en patrones aceptados como lo más natural del mundo, las que nos llevaron a este estado de cosas. Hoy es necesario revertir la evolución y convertirla en una revolución que extirpe la violencia de género. Castigos para el violento, aplicados sin titubeo.

En psicología, el  conductismo  estudia las reacciones humanas ante los estímulos de su entorno. Todos conocen el  famoso caso del perro de Pavlov: el animal aprendía que al sonar la campana habría alimento, hasta que el solo sonido de la campana provocaba la salivación, aun  sin alimento. Si la violencia de género tiene como consecuencia un castigo para el ofensor, el inconsciente colectivo grabará el temor al castigo, y el ofensor en potencia lo pensará dos veces, en contraste con la reacción de arrogancia del varón mexicano provocada por la impunidad de la que goza con frecuencia    cuando agrede a una mujer.

¿Primitivo? Pregunten a las mujeres que sufren la agresión. La consecuencia clara, conocida y aplicada sin miramientos es el primer paso. Si la educación, la concientización y los talleres acompañan el proceso, tanto mejor.

Las mujeres son mayoría, y de ello ya se dieron cuenta.

 

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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