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  • LOS NÚMEROS CUENTAN

Por: Antonio Contreras / gar2001@hotmail.com
Hasta los 15 años no dejé de practicar deportes poco populares, de esos que solo programa ahora la cadena ESPN 3, y fue ya en la preparatoria cuando incursioné en el futbol, animado por un grupo de amigos, entre los cuales destacaban tres o cuatro compañeros: Eugenio Pérez, de 1.90 metros de estatura, gran dominio del balón y notable disparo de media distancia; Rodolfo Cedillo, defensa central, acrobático y seguro; Eugenio Pastrana, delgado y de mediana estatura, pero amo de la media cancha gracias a sus fintas y visión de campo. Los tres hubieran podido destacar en cualquier equipo de primera división, pero optaron por carreras profesionales convencionales, y solo conservaron el futbol como un pasatiempo de fin de semana por muchos años más.
He reflexionado sobre el tema de vez en cuando, y nunca he entendido la ausencia de “visores” en aquel campo semiprofesional de la colonia Del Valle en Ciudad de México, donde ninguno de aquellos muchachos, de innegables facultades, recibió alguna oferta de una institución de educación superior para cursar una carrera profesional auspiciado por una beca deportiva.
En 2018 he vuelto a pensar en el fenómeno representado por la Selección Mexicana de Futbol. Si la consideramos desde un punto de vista comercial, la Selección es un producto de rentabilidad sin par, debido a diferentes factores concatenados que al final desembocan en uno: la afición mexicana. El espectáculo de cada cuatro años se repitió puntual en Rusia 2018, con más de 70,000 compatriotas que hicieron el viaje, pese al elevado costo de transporte y hospedaje, y entonaron Cielito lindo en los diferentes estadios donde se presentó el representativo nacional. Fue sorprendente constatar, una vez más, la fidelidad de los entusiastas seguidores, cuya presencia se hizo notar tanto en persona en territorio ruso como a través de la televisión, refractarios a las periódicas e indefectibles frustraciones que entrega un producto deportivo más bien mediocre, el cual se estrella puntualmente contra el muro de siempre, apagando el entusiasmo de quienes imaginaron el arribo, “ahora sí”, al quinto partido.
Al sintonizar el programa de análisis Futbol Picante, tuve la oportunidad de escuchar a Roberto Gómez Junco, sensato analista y gran conocedor, quien, sin poder ocultar su decepción, sostuvo una y otra vez la misma conclusión: hacemos lo mismo, y esperamos un resultado diferente.
La coincidencia de una elección presidencial y la participación de la Selección mexicana en un Mundial de Futbol se presentará nuevamente en 2030; sin embargo, para que partido y día de la elección estén separados por unas horas, la Selección deberá clasificar al evento después de la ronda de eliminatoria en Concacaf y pasar a la ronda de octavos, en un esquema diferente, con la participación de 48 equipos.
A primera vista, el cuarto partido y la elección presidencial parecen no tener relación alguna. Sin embargo, después de analizar el resultado de ambos eventos, encontré ciertas semejanzas.
En primer lugar, la selección y el país son, en el papel, grandes productos: gran territorio, población trabajadora con bono demográfico, buena ubicación y recursos naturales abundantes, por el lado de nuestro país; resistencia física superior, excelente manejo del balón y la mejor generación de la historia, por parte de la Selección de Futbol. En ambos casos, falta una visión general que aglutine los esfuerzos de todos, independientemente de los intereses a corto plazo de los diversos jugadores.
Existe entonces la noción de que “México” es más un territorio propicio para el arribo de modelos importados de naciones exitosas, y menos una nación con un proyecto propio y un propósito común. Confundimos el mecanismo con el propósito: asignación de recursos con la participación de las fuerzas del mercado como sustituto de una misión de sectores, sea la industria farmacéutica, la Selección deportiva, el sector asegurador o la nación que llamamos “nuestra”.
¿Y los empresarios mexicanos?
Tanto en la concentración de riqueza obtenida de la operación de sus empresas como en la “multipropiedad” de los equipos de la Liga Mx, como se denomina a la primera división de futbol, encontramos los mismos nombres: Azcárraga, Salinas Pliego, Vázquez Raña, Vergara, Álvarez, Zambrano y, claro, por si los extrañabas, Hank y Slim. Hay algunos de perfil diferente, como Martínez Patiño e Iraragorri, para cumplir cabalmente con aquello de que la excepción confirma la regla.
La Selección mexicana es el equipo con más derrotas en la historia de los mundiales, con 27. ¿Somos los más malos? Por supuesto que no: las numerosas recompensas de nuestra Selección, favorecida por la pertenencia a una zona geográfica de menor competitividad (la Concacaf), nos permiten competir cada cuatro años en el máximo evento internacional, pero también nos impiden progresar más allá de un decoroso papel. Veintidós selecciones, incluyendo a Bélgica, República Checa, Polonia, Chile y ¡oh, dolor! Estados Unidos, han quedado entre los mejores cuatro equipos en algún momento de su historia. Estamos clasificados en el lugar 18 por la Federación Internacional de Futbol (FIFA); nuestro equipo ha alcanzado un lugar entre los mejores dieciséis en los últimos siete mundiales. ¿Mejor mejor evidencia de nuestro sólido pero mediocre desempeño? Imposible.
Si medimos nuestra posición en términos de infraestructura, seguramente estaríamos en los primeros 10 puestos. Si existe el dinero, el apoyo y las instituciones, ¿por qué no pasamos de la “media tabla”?; ¿no aumentaría la rentabilidad de explotación comercial de la Selección si nuestro equipo representativo fuera más competitivo?
La triste realidad es que estamos bien así. Claro, desde el punto de vista de los “dueños del balón”, quienes adquieren extranjeros “rentables”, provenientes en su mayoría de Brasil o Argentina o en menor escala de Colombia, Ecuador, Uruguay y Chile. Mejor adquirir piernas foráneas a precio de oportunidad que permitir el desarrollo y exportación de futbolistas mexicanos. No existe un proyecto nacional que trascienda la conveniencia económica de los empresarios del futbol. En definitiva, somos más “territorio” y menos “nación futbolística”.
Por su parte, la Selección mexicana viaja con la mayor frecuencia posible a los estadios de Estados Unidos, donde un público constituido en su mayoría por migrantes o descendientes de migrantes, indolente frente a la pobre demostración futbolística del equipo nacional, acude puntual a la cita, motivado por la nostalgia de la lejana patria que los expulsó en busca de una oportunidad que, al final, solo por un esfuerzo individual, encontraron. Sería imposible hallar mayor nobleza en las gradas y por tanto mejor negocio para los promotores de los partidos “moleros”, como fueron calificados tales encuentros futbolísticos por el Tuca Ferreti, dejada de lado la oportunidad de enfrentar a equipos competitivos en arenas hostiles, que representan mucho menor beneficio económico.
El hígado mayoritario, como se pronosticaba, colocó ya a AMLO en la presidencia, harto del ineficaz y corrupto desempeño priísta del sexenio anterior. Una fe también sin fundamento, a juzgar por los antecedentes. Optamos, en un ejercicio democrático ejemplar, eso sí, por regresar a las épocas del caudillismo que creíamos superadas, y elegimos a un “tlatoani” sexenal, dador de vidas y haciendas, en cuyas iluminadas manos hemos decidido colocar nuestro destino.
Creemos nuevamente en la “magia” que nos otorgará el bienestar que otros países conquistan a fuerza de educación, estado de derecho y desarrollo de instituciones que sobreviven a los hombres que las crean. Como en el futbol, los intereses de corto plazo tanto de empresarios como de los políticos dueños del otro gran negocio familiar de nuestros tiempos, los partidos políticos, nublan cualquier posible visión de un proyecto nacional de largo plazo que permita el desarrollo del abundante talento nacional, trastrocándolo en una caricatura de progreso representada por programas de beneficio social (léase dinero inmediato, sin hacer nada) para madres solteras, ninis, personas de la tercera edad y quienes se agreguen al clientelismo del nuevo movimiento de regeneración de un pasado caudillista y redentor de quinto patio que creíamos enterrado.
La insuficiente alimentación y la deficiente educación generan huestes de clientes ignorantes que votan por un “cambio”, propuesto por paladines del subsidio y la justicia del dinero entregado por membresía y no por mérito. Claro que la pobreza nos duele y afecta a todos: transformada en inseguridad y violencia, obliga a los “buenos” a encerrar a sus hijos tras rejas de protección que simulan, con algunas macetas colocadas en lugares estratégicos para atenuar el mal efecto, las viviendas-prisión modernas de la clase media. ¡Y luego nos extrañamos de que los niños de la mayoría de las familias, “presos” por su propia seguridad, estén cada vez más gordos, impedidos por el peligro (percibido crudamente por cuatro de cada cinco mexicanos) de jugar en la calle y tomar agua de la manguera!
¿Qué papel juega la industria aseguradora mexicana?
Somos el fiel trasunto de la realidad nacional: empresarios mexicanos de familias tradicionalmente aseguradoras y jugadores que han llegado en los últimos 20 años a conquistar el territorio para beneficio de las empresas globales que dominan el negocio asegurador en el mundo de hoy, agrupados en asociaciones que simulan la búsqueda del beneficio común, sin atreverse a plantear una misión sectorial que permita aspirar a cumplir con una demanda social de protección más que evidente.
De la misma manera que culpamos al Chicharito por el gol fallado, al entrenador colombiano por las “rotaciones” y, finalmente, a los directivos que permiten la presencia de 10 jugadores extranjeros en un equipo de 11 (¡!) y que promueven el abandono de la Copa Libertadores esgrimiendo cuestiones de calendario para justificar la eliminación de un proyecto de baja rentabilidad económica pero altísimo beneficio deportivo, de la misma manera, decíamos, optamos por la búsqueda de un “nicho”, que se reduce cada vez más, para vender los productos y servicios ofrecidos por el empresariado del territorio, cuyas fronteras están delimitadas por los ríos Bravo, Usumacinta y Suchiate.
No existe proyecto nacional ni en el futbol ni en el país ni, por supuesto, en el sector asegurador al que decimos pertenecer.

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Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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