Como todo en la vida, a veces las cosas fluyen fácilmente, y otras veces no tanto. A veces un artículo fluye, y uno con él al escribirlo; y en otras ocasiones nos llega la sequía y se nos dificulta hasta hilvanar las ideas de manera adecuada.
Estuve batallando varios días escribiendo otro artículo, sin encontrar los tiempos adecuados para sentarme a hacerlo y simplemente fluir; y de pronto, al leerlo y releerlo, no me convenció; así que aquel escrito no se moverá del ordenador hasta que un buen día, espero no muy lejano, algo me inspire y le pueda dar esa fuerza y forma para poder expresar algo que valga la pena compartir.
Mientras tanto, en lugar de sentirme frustrado me quedé pensando en lo afortunado que soy de llevar mi vida como la llevo ahora; y me topé con el pensamiento que encabeza esta reflexión, el cual resume
una serie de ideas que compartí hace unos años en las redes sociales. Aquel texto se titulaba Quiero una vida de lujos.
Cabe hacer mención que me encanta ese pensamiento y, al leerlo de nuevo, caí en la cuenta de que soy verdaderamente afortunado, por lo que aprovecharé para recorrerlo y comentarlo con ustedes.
Tener el lujo de vivir sin prisa. Seguramente, muchos de los que me conocieron en mi época de funcionario de aseguradora me recuerdan viviendo una vida de prisa; siempre atormentado por el reloj, haciendo las cosas en el tiempo límite para tratar de solventar muchas en un mismo día. Todos me veían actuando precipitadamente y se me escapaba la vida corriendo, presionado por lograr cosas y objetivos impuestos.
Cómo odiaba vivir con prisa, y a la vez cómo admiraba a la gente que podía tomarse las cosas con calma, al grado de que esta situación me llevó a escribir y publicar en esta columna una reflexión que se tituló Desterrar la prisa de nuestra vida.
¿Cuántas veces habré cometido errores por vivir de prisa?
Desde hace más de siete años trabajo por mi cuenta, defino mis horarios y el tiempo que asigno a cada cosa; siento que no sólo he desterrado esa maldición de vivir con prisa mi vida, sino que ahora disfruto enormemente de las cosas que hago, con la calma justa y necesaria.
Dormir lo suficiente. Bueno, en este punto hasta tomé una terapia para mejorar el sueño, y lo he logrado. Cada vez me despierto menos por la noche (ni siquiera para ir al baño: ya hasta me he mentalizado a fin de evitarlo); y, cuando llego a despertarme por un mal sueño, generalmente es porque estoy soñando que aún vivo en aquellos tiempos de mi vida como ejecutivo (es decir, no es que haya soñado una situación normal, sino que tuve una pesadilla).
Contemplar la vida. Siento que cada día me doy más la oportunidad de observar y de dejar que las cosas fluyan sin que sienta la necesidad de intervenir. Simplemente deseo observar.
Gozar el lujo de ser yo mismo, sin sentir la necesidad de impresionar a nadie. Es un hecho que, cuando uno es alto funcionario de una empresa, tiene que cuidar demasiado las formas y buscar siempre causar la mejor impresión. Hoy en día, entre que trabajo por mi cuenta y en términos de edad, ya subí al sexto piso; vivo feliz sin tener que impresionar a nadie; difícilmente me pongo una corbata, y me he dado el lujo de ser más yo, de no guardar tanto las apariencias, al grado de ir en ocasiones a la oficina en jeans, una polo y huaraches… Y la verdad ¡se siente tan bien! ¡Se siente libertad!
Seguir mis ideales, hacer las cosas que más me gustan y vivir de ello. Me tardé un poco más de dos años para redefinir mi actividad productiva, y ahora llevo varios años haciendo algo que me gusta, que siento que aporta al ámbito del seguro mexicano y que es perfectamente acorde con mis ideales de vivir en paz y ayudar a resolver conflictos y controversias que se dan en el mundo del seguro. Otra parte de mi tiempo la dedico a ayudar a los más necesitados por medio de Fondo Para la Paz, y eso alimenta en gran medida mi alma, nutre mi espíritu y me hace feliz.
Quiero tener el lujo de vivir sin miedo, aceptar lo que venga y adaptarme a cualquier situación. No cabe duda de que con esta pandemia hemos aprendido mucho, y yo en particular he vivido dos caras de la pandemia. Los primeros tres meses en encierro total en casa y luchando con el temor a lo desconocido.
Los segundos tres meses tuve la gran fortuna de adelantar un viaje que tenía planeado a Suiza, en donde el manejo de la pandemia ha sido de primer mundo. Por supuesto que la calidad de vida que han logrado en ese país desde antes de la pandemia y con respecto a ella es fuera de serie. Y ello me ha ayudado a erradicar muchos miedos.
Esta pandemia se ha llevado a gente muy querida, y otras personas muy importantes en mi vida han vivido los últimos días con la espada de Damocles encima al haberse contagiado y por fortuna haber ganado la batalla, viviendo para contarlo. Pero quizá una de las cosas más importantes que nos ha dejado esta crisis sea tomar la determinación de no vivir con miedo.
No esperar nada. Nunca me ha gustado depender de nadie, y siempre he luchado para lograr la independencia, sobre todo la emocional, ¡y qué importante es ésta! Cada día espero menos de la gente, vivo feliz, sin expectativa de nada, y espero poder morir con una sonrisa.
Y, para cerrar esta reflexión, considero ahora lo más importante: el lujo de vivir feliz ahora, sin expectativas de nada.
Eso debería ser nuestra meta. Definitivamente, no sabemos cuánto vamos a vivir. De hecho, yo hasta ahora ya viví dos años más de los que vivió mi padre, y con una calidad de vida muy superior en cuanto a salud, sobre todo si me comparo con sus últimos 10 años.
Sin embargo, a lo que definitivamente sí aspiro, y no sé si llegue a lograrlo (pero tengo toda la actitud) es a ser tan feliz y tener tantos deseos de vivir como los que él nos manifestó hasta el último de sus días.
Definitivamente, con una sonrisa plena, les puedo reiterar que me siento muy afortunado y agradecido porque soy consciente de que tengo una vida llena de lujos.