La paradoja de la felicidad

Charlemos seguros

El asegurador

Cuando realicé una colaboración para el libro Happiness at work, decidí darme a la tarea de comenzar a platicar con diferentes personas acerca de   lo que más felicidad les proporcionaba en su trabajo, y encontré respuestas como:

  • mi  contribución
  • el  logro de resultados
  • mi  equipo de trabajo
  • los  logros y los desafíos que tengo que cumplir.

Y también decidí preguntar: “¿y hoy qué  no te hace feliz?”. Éstas son las respuestas:

  • que  he dado todo, y no se me reconoce
  • que  no me dan retroalimentación
  • que  los demás no tengan compromiso
  • mi  jefe:  no tengo mucho que aprenderle.

Y continué con esta interrogante:  ¿y, si el jefe cambiara, eso te haría realmente feliz?

Cuando observé estas respuestas, pensé que probablemente tendríamos  que replantearnos nuestra concepción de felicidad y nuestra actitud ante ella.  

Las plantas son felices si tienen agua y sol;  los animales, si son alimentados y acariciados. ¿Y  el hombre? ¿Qué felicidad le corresponde propiamente  a la humanidad?

Probablemente, este  artículo pueda parecerte un poco incómodo porque mi planteamiento pretende enfrentarte a  tu concepción de felicidad y cuestionarte sobre si aquellos sueños y deseos que tienes son dignos de tu naturaleza humana. De ahí  que lo haya titulado de esta manera.

Desde mi punto de vista, éstas son  algunas causas que han provocado cierta confusión en     nuestra noción de felicidad:

  1. Bombardeo de pensamiento positivo.    

Me da la impresión de que tenemos  amnesia sobre el entendimiento real de nuestra vida laboral (y personal): todo  tiene que reportarnos placer o bienestar; todo aquello que nos disgusta debe eliminarse.   

Necesitamos recordar que cotidianamente  existe la felicidad, pero también existe el sufrimiento y la frustración.

El pensar que ser positivos es lo que puede salvarnos de muchos problemas  hace que la realidad se convierta en un absurdo, pues se anula el enfoque completo.

Seguramente hemos escuchado  pensamientos de esta índole:

  1. a) “Decrétalo y llegará”.
  2. b)   “¡Cancélalo! Ni lo menciones”.  
  3. c)  “Tienes que encontrar tu pasión y sólo hacer lo que te gusta”.  

Así como existe la ley de atracción, existe también la ley de retrocesión, que presenta la idea de que cuanto  más persigas sentirte bien todo el tiempo, más insatisfecho estarás.

El filósofo Stuart  Mill dijo: “Pregúntate  si eres feliz, y dejarás de serlo”.

Por eso es necesario replantear el concepto de felicidad contemplando también su opuesto: para que haya felicidad también debe haber sufrimiento;  para lograr el éxito debe haber fracasos. En suma, no hay blanco sin negro.

  1. Actitud de merecimiento y engrandecimiento del ser.    

¿A qué me refiero con esto? A tener una actitud colmada de ego disfuncional y con olvido de las  propias limitaciones.

Pienso que somos conscientes de que debemos controlar nuestro ego, pero no sé si somos lo suficientemente valientes para observarnos  en diferentes momentos de la vida laboral.

Y esto se combina con una  glotonería del ego, representado con las palabras  me, mí, yo, etcétera.         

Ejemplos:   “¡A mí nadie me habla de esa forma!  ¿No sabe quién soy yo?”, “A mí nadie me informa”, “¡No me pueden hacer esto!”, “¿Qué me va a venir a enseñar ella a mí?”. Y el  hobby principal: el señalamiento de los errores de los otros, que a veces parece que hasta lleva comisión…

Sería bueno revisar esto  sinceramente y comprender que todo   puede resumirse en tener una creencia malsana de nuestra propia importancia.

La verdadera felicidad humana estriba en la habilidad del individuo para olvidarse de sí mismo, y eso me lleva al último punto:

  1. Búsqueda crónica de autorrealización frente a  autotrascendencia.

Hoy por hoy  estamos muy preocupados por el arduo cumplimiento   de metas personales, logros y satisfacciones propias en las que a veces  se llega a provocar una autoexplotación y, sobre todo, el olvido del otro.

Creo que   estamos equivocándonos  al pensar que el trabajo sólo tiene sentido si se logran metas o resultados. ¿Por qué no creer que también se realiza   por una contribución o inspiración para los demás?

Si nos olvidáramos un poco de nosotros mismos y viéramos la trascendencia de lo que hacemos, nuestro concepto de felicidad cambiaría.

Y al hablar de trascendencia  me refiero al impacto que tiene lo que hacemos  y también a quiénes somos.

Esto está ligado al hecho de  preguntarse: ¿cómo logro mi plan de carrera? ¿Cómo alcanzo mi sueño de ser director?  ¿Cómo consigo los objetivos que me he planteado? Creo que sería muy valioso preguntarse nada más: ¿cómo  hago sentir a los demás simplemente con mi presencia? ¿Qué recordarán de mí el día en que ya no esté?

No se trata nada más de ser feliz, sino de  que tu vida haga felices a los demás.

Nietzsche  sabiamente dijo: “Hace  mucho que no aspiro a la felicidad; aspiro a mi obra”.

Las opiniones expresadas en los artículos firmados son las de los autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de El Asegurador.

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